Si por algo va a pasar a la Historia el primer ministro británico Boris Johnson es por ser el político que cerró el Parlamento a su antojo. El premier ha optado por una añagaza legítima que le habilita para suspender durante cinco semanas la actividad política del legislativo, y lo hace con el objeto de evitar que, en la carrera final del Brexit, se pudiera abortar la salida del Reino Unido de la UE. Un despropósito mayúsculo.

Es indudable que Johnson, que conoce tanto los tiempos europeos como todos los trucos efectistas, está dispuesto a todo para continuar su huida hacia adelante y a salir victorioso de su lucha contra la burocracia de la Unión. Por eso no le han dolido prendas a la hora de pedirle a la Reina Isabel II que se bloquee el Parlamento de la democracia más representativa de Europa. Algo que la monarca ha concedido aunque podría haberse negado, si bien estaba prácticamente atada de pies y manos porque la potestad de convocar, suspender y disolver las Cámaras que tiene la Reina debe someterse al consejo de sus ministros: en especial del primer ministro, que ha sido el principal muñidor del cierre parlamentario.

Calidad democrática

Con esta estratagema de dudosa calidad democrática, Johnson consigue sobre el papel que los diputados tengan tiempo suficiente para evitar la catástrofe de un brexit a las bravas, que es la obsesión de un premier que ahora se juega a cara o cruz su futuro político. No es extraño que el presidente del Parlamento, John Bercow, haya calificado la maniobra de Johnson de "escándalo constitucional".

De momento, el Partido Laborista de Jeremy Corbyn trata de conseguir apoyos suficientes para plantearle una moción de censura a Johnson, mientras que el laborista lideraría un Gobierno provisional que negociara una prórroga del artículo 50 de la UE y  después convocara elecciones. Corbyn también ha solicitado reunirse con la Reina para hacerle llegar a la monarca su preocupación por esta ocurrencia del primer ministro que tanto erosiona la calidad de la democracia. Por su parte, los nacionalistas escoceses estudian llevar la decisión ante la Justicia por considerarla ilegal mientras que se prevé que un grupo de 70 diputados busquen un veto temporal en el Tribunal Superior de Escocia para bloquear la suspensión del Parlamento. 

Divorcio

Al margen de que Boris Johnson haya llegado a la política para promover la charlatanería y se haya valido del euroescepticismo para sus innumerables tics egocéntricos, es evidente que con esta medida asistimos a la penúltima de sus peligrosas paradojas. No se comprende que quien defiende el brexit porque alude a la pérdida de la soberanía británica frente a la burocracia europea, decida -por su cuenta y riesgo- cerrar el Parlamento, sede de la soberanía del Reino Unido. 

En realidad, era previsible que al otro lado del Canal asistiéramos a un espectáculo como éste. Más aún teniendo en cuenta la pasada dimisión de miembros del Gabinete saliente, en total desacuerdo por la forma suicida con la que ya anunció Johnson que conduciría el divorcio con la Unión. Tienen razón los más pesimistas cuando alertan del desastre total que este brexit al estilo Johson causará en la economía del país. La City tiembla. Pero no es la única que tiembla, y lo hace con más que sobrados motivos.