El drama humanitario del Open Arms debe servirnos para clarificar y exigir una política europea activa que tenga presente que la frontera marítima de la Unión concierne a los Estados miembros, y que a la luz de los hechos es más que urgente que se implemente. De entrada porque no son pocas cosas las que la UE se juega, desde sus valores humanitarios intrínsecos a la credibilidad internacional. Y todo eso sin olvidar las derivadas que en materia de Defensa precisa una de las fronteras naturales más desiguales del mundo. 

Es incomprensible que no exista aún un protocolo de actuación de la Unión Europea. Y lo es hasta el punto de que resulte poco serio que haya tenido que ser la propia Comisión la que intentara parchear el asunto negociando discretamente tanto con la ONG como con aquellos países que se ofrecieron a recibir a los refugiados. Sólo con una normativa clara en la UE se puede combatir la insolidaridad populista de Matteo Salvini. 

Desobediencia

Si bien el caso del Open Arms precisa de una solución inmediata, no debemos taparnos los ojos ante otra realidad: el limbo legal en el que operan los llamados barcos de rescate. Salvando la filantropía que pueda mover a personas de buena fe a rescatar a los náufragos en el Mediterráneo, es evidente que cuando una ONG desoye a las normativas internacionales estamos ante un caso flagrante de desobediencia.

Y que el Open Arms se vanaglorie de ejercer esa "misión de desobediencia" después de que el Gobierno le prohibiera el rescate activo de personas en alta mar es sumamente irresponsable. 

Mafias

Con posiciones como la de la ONG que fleta al Open Arms se abre la puerta a que los rescates en alta mar, y hasta las propias normas internacionales de navegación, queden al arbitrio de organizaciones que no desean someterse a regulación alguna. De ahí a la anarquía hay sólo un paso, y qué duda cabe que será aprovechada por las mafias que trafican con personas. En realidad, estamos ante un episodio tan fundamental que no puede despacharse ni con el voluntarismo de unos, ni con la supuesta buena fe de otros.

La mera existencia de migrantes abandonados a su suerte en el Mediterráneo, y de embarcaciones que los rescatan, es la prueba de que los Estados no han querido -ni quieren- involucrarse en la resolución de un drama en el que se juegan mucho. Es indudable que si el rescate de personas en el mar es un deber consustancial al marino, el de obedecer las normas es un deber inaplazable que nadie debe obviar.