Pedro Sánchez ha decidido excluir a Vox y a EH Bildu de la ronda de contactos para la investidura. En cambio, sí mantendrá encuentros con ERC y JxCat, dos formaciones cuyos líderes están siendo juzgados en el Supremo por un delito de rebelión y cuyo programa principal pasa por perpetrar nuevos ataques a la convivencia democrática. Quedó bien claro en la fórmula con la que sus miembros recibieron el acta de parlamentarios.

El aspirante a presidente está en su derecho de reunirse con quien quiera en busca de los apoyos parlamentarios, pero podría haberle servido de guía la actitud de Felipe VI, que recibió en Zarzuela al representante de Vox y estrechó la mano de Laura Borràs, de JxCAT, sin aspavientos.

ETA

El gesto de Sánchez es particularmente desafortunado. No es comparable y no puede presentar al mismo nivel al partido de los amigos de ETA con Vox, cuyo líder, Santiago Abascal, ha sido amenazado de muerte por los terroristas.

Porque Vox puede causar todo el prurito democrático que se quiera con sus posturas involucionistas, recentralizadoras y liberticidas -sus dirigentes tienen vetado a EL ESPAÑOL-, pero es una formación que ni ha intentado subvertir la legalidad como ha hecho el separatismo catalán, ni jalea a los asesinos como hacen los proetarras.

Golpistas

Al prestarse a recibir a los representantes de JxCAT y ERC, Sánchez les coloca un escalón por encima de Vox, blanqueando así a unos políticos a los que la Fiscalía General del Estado señala abiertamente como golpistas por su papel en el proceso independentista

La estrategia por deslegitimar a toda costa al PP y a Ciudadanos por sus acuerdos con la formación de Abascal ha llevado a Pedro Sánchez al absurdo de comparar a Vox con el partido que homenajea a los terroristas, y eso es ir demasiado lejos.