Este martes hemos conocido el enésimo intento del Gobierno por cerrar como sea la reunión del próximo viernes entre Pedro Sánchez y Quim Torra. Carmen Calvo ha viajado personalmente a Barcelona para estudiar el formato de esa reunión con el vicepresidente de la Generalitat, Pere Aragonés, y con la consejera Elsa Artadi, y ha dejado abierta la puerta a celebrar una minicumbre con miembros de ambos Ejecutivos, tal y como reclamaba el Govern.

¿Por qué tanto interés del Gobierno en esta cita? En otras circunstancias podría alegarse que se trata de un esfuerzo para mantener el diálogo institucional. Pero puesto que Sánchez sabe que su futuro depende de cómo transcurra el 21-D, y dado que ha variado su posición oficial de verse única y exclusivamente con Torra, cabe deducir que esa actitud claudicante responde a un ejercicio de pura supervivencia.

Trato especial

El caso resulta si cabe más escandaloso por cuanto Torra, cinco días después de haber sido invitado formalmente y por carta a reunirse con el presidente del Gobierno, ni siquiera se ha dignado a contestar. Este silencio de Torra, este desaire, era en realidad un pulso para poner a prueba la fortaleza de Sánchez. Y ha dado sus frutos.

El presidente del Gobierno no debería haberse rebajado a mendigar una reunión con quien tiene el firme propósito, público y notorio, de violentar la Constitución y la convivencia. Ese empeño por mantenerse en la Moncloa puede llevar al desastre al PSOE, como ya ha ocurrido en Andalucía y como advierten algunos barones.

La 'minicumbre'

Si al final se produce la minicumbre entre el Gobierno y el Govern, Sánchez habrá dado un nuevo bandazo. Y lo que es peor, habrá contribuido a consolidar el relato de la bilateralidad que trata de construir el separatismo.

El presidente debe saber que al homologar simbólicamente el Gobierno del Estado con el de una autonomía -y no dejan de darse pasos en esa dirección- se alimentan los delirios de quienes, dentro y fuera de Cataluña, trabajan para cuartear la soberanía nacional