Este jueves el Parlamento de Cataluña ha vuelto a vivir otra jornada esperpéntica a cuenta de la delegación de voto de Carles Puigdemont y los diputados presos Jordi SànchezJordi Turull y Josep Rull.

Como era previsible, y tras un día de encuentros y desencuentros, finalmente JxCAT y ERC han llegado a un acuerdo de mínimos que pasa por hacer caso omiso a las advertencias de los letrados del Parlament, que ya avisaron de que la fórmula para desbloquear el voto que republicanos y neoconvergentes han alcanzado in extremis "no subsana los errores".

En suspenso

Más allá del desprecio absoluto del nacionalismo a la Ley, que ya vivimos hace un año, asistimos a una realidad dramática: la cámara autonómica de Cataluña sigue en suspenso y los ciudadanos son rehenes de las cuitas entre los independentistas.

Porque ya no es sólo la brecha conocida entre ERC y JxCAT la que condiciona la inacción del Parlamento catalán; es que, como cuenta hoy EL ESPAÑOL, existe una guerra civil entre el círculo de Carles Puigdemont -los afines a la Crida y partidarios del enfrentamiento directo con el Estado, Quim Torra entre ellos- y quienes encarnan los restos de la antigua Convergència.

Amortizado

A día de hoy, ni siquiera el mundo separatista tiene claro cómo arreglar el rompecabezas en que ha devenido el llamado procés. Pero lo que sí que queda claro es que el Gobierno de Pedro Sánchez depende de los apoyos de un Torra al que ya dan por amortizado en el independentismo.

El Ejecutivo de España no puede ser el reflejo de un Govern en crisis y atascado en la inoperancia. Ni tampoco puede malvivir como cautivo de la guerra interna de unos secesionistas que ni ellos mismos saben ni cómo ni cuándo acabará. Sánchez y Torra han acabado por ser dos náufragos que se sostienen necesariamente el uno al otro.