Este martes Cataluña vivió dos acontecimientos que ilustran el punto de tensión, de quimera y de irracionalidad que promueve el nacionalismo. Mientras Torra se comparaba con Luther King y hablaba de unos supuestos "derechos civiles" conculcados y de que el suyo es un "pueblo unido contra el fascismo", trascendía la dimisión de Xavier Domènech como líder de la marca de Pablo Iglesias para Cataluña.

Era previsible que, en su discurso de apertura del curso político, Torra insistiera en la manipulación de la realidad. Por otra parte, el president interpretó el ofrecimiento de Pedro Sánchez de reforma del Estatuto de Autonomía como una muestra de debilidad del Gobierno.

Derechos civiles

Casi a la vez que Torra  pedía "paz y libertad", abandonaba el escenario de la política catalana alguien que, frente al disparate de la unilateralidad, abogó por una tercera vía, por equivocada que nos pareciera.

El nacionalismo ya no tritura sólo a los disidentes, también a los que considera que son tibios con el procés. La dimisión de Xavier Domènech recuerda a la del que fue portavoz de Catalunya Sí que es Pot en el Parlament, Joan Coscubiela, que se opuso a que el independentismo pisoteara los "derechos de los diputados". La progresiva desaparición de los moderados de la escena política (Domènech, Santi Vila, Duran LleidaMarta Pascal...) es siempre el símbolo más clamoroso de la involución de la democracia.

Cataluña monolítica

Que Torra se compare con Luther King, además de una perversión de la Historia, es una falsedad. La marcha sobre Washington que propone Torra más bien se asemeja a la marcha de los camisas negras de Mussolini sobre Roma: todos uniformados. Porque si Luther King defendía el universalismo y los derechos de una minoría, Torra propugna la negación de derechos civiles a la mitad de sus ciudadanos.

En la Cataluña monolítica de los separatistas o se es parte del movimiento excluyente del procés o hay que sacrificarse como héroe del constitucionalismo. Torra, de la mano de Puigdemont, ha borrado los tonos grises. Domènech es el último ejemplo.