Tras hacerse con el control del PDeCat en la asamblea del pasado fin de semana, Puigdemont ha empezado a mover sus hilos. No ha tardado ni 24 horas en imponer a Mírian Nogueras como comisaria política para dirigir el grupo parlamentario en el Congreso.

Del talante de la diputada dan muestra sus manifestaciones y su trabajo en la Cámara. En una ocasión tildó a España de "estercolero putrefacto", y el pasado mes de enero instó al Ejecutivo a responder si, en su defensa de "la unidad territorial de España", estaba dispuesto "a matar a ciudadanos que de manera pacífica defienden la República catalana".

Factura light

Si Sánchez pensaba pagar una factura light al independentismo por su apoyo a la moción de censura a Rajoy, puede que se equivocara. Puigdemont ya está, por delegación, en el Congreso de los Diputados. De hecho, en las redes sociales la propia Noguera se incluye en el grupo #lasdonesdelpresident (las mujeres del presidente), lo que deja a las claras quién va a dictar la política en el Parlamento.  

Rota la vía pactista de los diputados Xuclà y Campuzano, los ochos parlamentarios del PDeCAT amenazan desde ya con complicarle la legislatura a Sánchez, cuando no de bloquearla. Al presidente le van a exigir algo más que gestos dentro del proceso de radicalización que se vive en Cataluña.

Gestos inútiles

Este mismo lunes hemos visto cómo la delegada del Gobierno en Cataluña, Teresa Cunillera, visitaba a Torra en un Palau de la Generaliat en el que continúa expuesta la pancarta reclamando la libertad de los "presos políticos". Y también, a Borrell, reunirse en Madrid con el consejero de Acción Exterior, Ernest Maragall, sin que el ministro le exigiera explicaciones por la labor desleal de las embajadas de la Generalitat en el exterior.

Esta posición funambulista del Gobierno la ponía en cuestión Albert Rivera al exigir a Sánchez una posición firme: "Lo que tiene que hacer es actuar, y si no puede estar de alquiler en la Moncloa, que lo asuma". La radicalización y el permanente desafío al orden constitucional de Puigdemont ponen muy difícil al actual Gobierno seguir silbando y mirar hacia otro lado.