Apenas 48 después de que Puigdemont presentara su movimiento caudillista -la llamada Crida-, el independentismo se ha quebrado en el Parlament a la vista de todos. El detonante fue la votación sobre la forma y el modo en el que se concretaba la posibilidad abierta por Llarena de que los seis diputados procesados por el golpe separatista pudieran ser sustituidos por miembros de sus grupos.

Tras unas horas de tensión y reproches, el presidente del Parlament, Roger Torrent, tuvo que suspender el pleno. Mientras ERC tiraba de  pragmatismo y abogaba por sustituir a los diputados para no alterar las mayorías en la Cámara, JxCat consideraba que tocar a Puigdemont era poco menos que una traición. Los seguidores del expresidente terminaron acusando a ERC de "blanquear" el 155 y romper "un pacto de máximo nivel".

¿Brecha insalvable?

Lo relevante de esta bronca es la brecha -hay quien dice ya que insalvable- abierta en el nacionalismo. Esas diferencias se extienden al PdCat, enfrentado igualmente al llamado círculo de Berlín, el núcleo duro de Puigdemont. La antigua Convergència ha dejado de ponerse de perfil y algunos de sus miembros no esconden ya que el expresidente es un problema.

El intento de Puigdemont de seguir manejando los hilos desde Alemania a través de un presidente títere encierra muchas dificultades. Y están latentes las rencillas y los agravios que ha dejado este procés, con un Junqueras olvidado en la cárcel mientras se rinden honores a diario al presidente exiliado.

OPA al nacionalismo

El caudillismo de Puigdemont ha hecho aflorar las diferencias de fondo entre los proyectos políticos de ERC y JxCat, ocultas durante meses en pro de la causa separatista. Envalentonado por sus fieles, convencido de ser el amado líder del pueblo catalán, Puigdemont no ha medido bien sus fuerzas al lanzar una OPA a todo el nacionalismo. El mundo independentista puede dejar de ser monolítico.