Con Josep Borrell, Pedro Sánchez se apunta su primer gran tanto. Su elección como ministro de Asuntos Exteriores es un claro mensaje de múltiples lecturas, todas ellas positivas. Por una lado, tranquiliza a los mercados y a Bruselas –muy inquietos por los vaivenes en Italia– al elegir a un expresidente del Parlamento Europeo, riguroso, nada populista y con enorme prestigio entre nuestros socios comunitarios.

Y ya en clave interna, coloca a un constitucionalista que se ha batido el cobre en su lucha contra el independentismo catalán y que ahora, además, lo podrá seguir haciendo en los principales foros internacionales, para desgracia de los separatistas, que hasta ahora tenían despejado el camino propagandístico gracias a la inacción exterior del Gobierno de Rajoy.

La pataleta de Puigdemont

Que el nombramiento de Borrell es acertado lo demuestra la pataleta con la que ha sido recibido entre los nacionalistas. Tras conocer la noticia, Puigdemont le acusó en las redes sociales de haber contribuido a “la escalada de odio” contra Cataluña.

Por otra parte, Pedro Sánchez borra de un plumazo la idea de quienes aseguraban que iba a ser una simple marioneta en manos de Podemos y de los nacionalistas catalanes y vascos que le votaron en la moción de censura. A falta de conocer el resto del Ejecutivo, con Borrell se despejan algunos prejuicios sobre el nuevo inquilino de la Moncloa.

Un Gobierno serio

Sánchez se vacuna además de las posibles críticas de Albert Rivera, pues juntos han participado en las movilizaciones a favor de la Constitución y la defensa de España en Cataluña durante el procés.

Pedro Sánchez también ha querido lanzar el mensaje de que su Gobierno va en serio, que no es un Ejecutivo para cuatro meses y que tiene vocación de permanencia. El que fue ministro de Obras Públicas en dos gobiernos de Felipe González se ha convertido en el señuelo perfecto que estaba buscando el nuevo inquilino de la Moncloa para atraer a los mejores a su causa.