Es muy difícil saber exactamente cómo Carles Puigdemont y su Govern piensan culminar su golpe al Estado, pero no se puede dudar de que el bloque independentista quiere declarar la independencia en el Parlament entre este jueves y el viernes. Tras haber dudado entre seguir huyendo hacia delante o convocar elecciones para revertir la suspensión de la autonomía, como quería el Gobierno y le recomendaban algunos de sus consejeros, Puigdemont ha elegido saltar al vacío. Y, lo que es peor, a modo de red no ha dudado en servirse de la movilización en la calle a través de la ANC y Òmnium, cuyos representantes asistieron anoche al Palau de la Generalitat para conocer cuál es su papel en esta hora grave.

A expensas de conocer el desenlace del pulso en las próximas horas, hay motivos para temer el peor escenario posible. Nada extraño, cuando el director del esperpento es -en expresión de uno de los últimos interlocutores del president- un personaje que “ha aceptado su destino”, aunque éste pase por ir a al cárcel si consuma la rebelión. Hay razones para temer que el fanatismo y la sinrazón se han enseñoreado definitivamente de la Generalitat y que los sediciosos “se atrincherarán” y “la calle será un infierno” -según pronostica la misma fuente-, por lo que es también comprensible que en el Gobierno cunda la máxima preocupación.

Paz social en riesgo

Cada vez resulta más evidente que proclamar un 155 a cámara lenta y minutar de antemano cuál sería la respuesta del Estado ha sido un mal plan que ha permitido al independentismo jugar con ventaja a cualquier precio, incluso poniendo en riesgo la paz social. Es lo que ya sucede en Cataluña, donde las entidades civiles separatistas han animado a la multitud a rodear este viernes el Parlament para, con la excusa de celebrar el advenimiento de la república catalana, utilizarla de escudo humano frente al Estado.

Los dirigentes republicanos acarician la idea de convertir Cataluña en un Maidán secesionista. El problema es que, por mucho que invoquen el carácter pacífico de la movilización, el Estado no permanecerá de brazos cruzados, la fractura social ya existe y la visceralidad regada de propaganda y victimismo puede desatar situaciones de tensión y violencia. Hay que tener en cuenta que la Cataluña hasta ahora silenciada, harta de que se pisoteen sus derechos, también ha convocado una manifestación para el domingo en Barcelona.

Proteger a las personas

En esta tesitura es comprensible que Interior quiera hacerse cuanto antes con el control de los Mossos y que sean éstos -y nos las odiadas “fuerzas de ocupación”- las que se encarguen de velar por el orden público. Sin embargo, es crucial que el Ejecutivo maneje todos los escenarios, incluido el de una proclamación de independencia de naturaleza tumultuaria y con riesgo de algaradas, ante la que sería insuficiente el 155 tal y como se ha planteado.

Si esta situación llega a producirse, la prioridad del Gobierno debe ser proteger bienes y personas, antes que, por no ser tachado de autoritario y evitar imágenes que recuerden al 1-O, poner en riesgo la integridad de los ciudadanos que están con la legalidad y la Constitución.