Pedro Sánchez ha demostrado tener un don especial para elegir a sus hombres de confianza.
Sus dos últimos secretarios de Organización, figuras clave en el engranaje interno del PSOE y piezas fundamentales en su carrera política, han tenido que abandonar la primera línea del poder para ir a la cárcel.
Primero fue Santos Cerdán. El hombre que tejió con paciencia de caserío y mansedumbre de capellán los acuerdos para la investidura de Sánchez con Arnaldo Otegi y Carles Puigdemont acabó con sus huesos en Soto del Real.
Cerdán fue el estratega de las negociaciones imposibles tras las elecciones que su partido perdió en 2023, el responsable de dar forma a una "mayoría progresista" tan heterogénea como frágil.
Hoy, sin embargo, su nombre ya no suena en los despachos de Ferraz ni de Moncloa, sino en las salas judiciales.
Y ahora ha llegado el turno de José Luis Ábalos.
Él fue quien negoció en 2018 la moción de censura a Mariano Rajoy que llevó a Sánchez a la Moncloa.
Pocas metáforas tan elocuentes como que los dos arquitectos de la era de Sánchez hayan acabado entre rejas.
Lo sorprendente es la puntería del presidente del Gobierno. Su tino haría temblar al gabinete de recursos humanos de cualquier compañía.
Conviene recordar aquí que el hombre al que había seleccionado para ser su tercer secretario de Organización, Paco Salazar, uno de sus principales apoyos en Moncloa, tuvo que ser descartado en el último segundo por las acusaciones de acoso sexual lanzadas contra él por mujeres de su propio partido.
Ahora le investiga la UCO por cobrar del Ayuntamiento de Dos Hermanas sin ir a trabajar.
Ábalos, Cerdán, Salazar... todos tienen algo en común: no eran peones, sino piezas centrales del tablero de Sánchez, su círculo de máxima confianza.
Visto el panorama, la reflexión resulta inevitable. Dado su probado grado de efectividad, ¿salieron de ese casting más Cerdanes, Ábalos o Salazares aún por destaparse?
¿Quién nos garantiza que acertó con otros nombramientos, por ejemplo, los de su Gabinete? Nadie, por supuesto; el historial no invita precisamente al optimismo.
Desde luego, si el presidente del Gobierno tiene el mismo ojo para otros asuntos que el que ha demostrado para escoger a sus principales colaboradores, estamos aviados.
Llegados a este punto, lo poco que le queda por hacer a Sánchez es poner a prueba su olfato para decidir cuándo convoca elecciones.
