El nuevo feminismo cultural está en plan susto o muerte. Por lo visto, ahora, si un notas te hace ghosting, lo suyo es que te metas a monja o te hagas amiga de Ángela Rodríguez Pam, una mujer que no sabía hacer la ‘o’ con un canuto, pero ganó mucho dinero (más de 120.000 euros en los cursos buenos) por contarnos movidas sobre nuestra emancipación.
Yo esto no lo vi venir, pero la exsecretaria de Estado de Igualdad ha dado una doble pirueta en un post de Instagram para defender el giro católico de Rosalía.
El texto no lo he entendido del todo, pero eso es porque yo sé leer y ella no sabe escribir.
No me esperaba el pazguatismo de la presunta izquierda ante el regreso de la monja como arquetipo femenino liberador.
“Libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien / cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío”, escribía Cernuda.
Agárrate, porque ese alguien ahora es Dios y por tanto ya no está circunscrito a la carne, ¡y menos mal!, porque resulta que la carne está herida y sucia de viejos deseos que no nos terminaron de hacer felices.
Porque es en nuestra carne, en la de las mujeres, donde dicen que se canjeó la libido ciega y la violencia de los hombres, y ahora toda esa memoria dérmica del horror pesa como un muerto sobre nuestro incorruptible espíritu.
La carne ya no sirve para amar porque por lo visto la carne es la diana donde han ido a jodernos.
Todo este discurso reaccionario y castrante me avergüenza. Me preocupa.
No me imaginaba que Pam, después de defender que todos los hombres son violadores (violador arriba, violador abajo, ya sabes, pero los agresores sexuales condenados siguen saliendo prematuramente de la cárcel gracias a sus leyes deficitarias), iba a llegar a la conclusión de que lo suyo es hacerse monja para no tener que lidiar con los machos.
Jajá. Gazmoña. Santurrona.
Esto se le ha ocurrido últimamente porque es fan de Rosalía y se performa mística. De la mesa de tarot que calzó en su boda a la religión había sólo dos cafés de distancia.
Ya no es la nieta de la bruja que quisieron quemar, sino la sobrina de la monja.
¡Yo qué sé!
Portada de 'Lux'.
En la portada de Lux, Rosalía aparece con un velo (para tapar el pelo, sinónimo de sensualidad) y una camisa de fuerza blanca. Hay que joderse. Los brazos, que simbolizan la agencia, el hacer y deshacer, están inmovilizados, a merced del Señor.
Siglos buscando la autonomía femenina para acabar en la parálisis elegida: algo propio de la gente que teme a su propia libertad y que no es capaz de responsabilizarse de ella.
La libertad tiene riesgos que estas mujeres no quieren asumir. Las chicas renuncian al libre albedrío (que las exigía adultas) a cambio de la seguridad de Dios (donde pueden ser niñas, tuteladas para siempre).
Yo no sé si esto es conservadurismo o es llanamente cobardía.
Hace un rato, el trap las llamaba a todas “putas” y les hacía gracia, pero no dio los resultados emancipatorios soñados, por lo que sea.
Ahora quieren ser otro arquetipo femenino limitante. Ahora quieren ser monjas. Ya no quieren ser graciosas, sino estar tocadas por la gracia de Dios. Ahí es nada.
Como en La llamada y La Mesías, de Los Javis.
Como en el nihilismo colmado de imágenes sacras de Cardo, de Ana Rujas.
Como en Los domingos, (¡fabulosa!), de Alauda Ruiz de Azúa, ahora en cines.
Es tendencia cultural.
Pero las monjas son las eternas subalternas en la jerarquía eclesiástica. ¿No es aterrador que esto resulte ahora seductor para la nueva ola de modernas que no saben qué hacer con el corazón que le rompieron los chulos?
¿Les da igual que esa inferioridad se aplique también a sus vidas?
¿Encuentran paz en su recién estrenada pequeñez?
¿Los hombres nos han vencido?
Esta, al final, es la cuestión: los hombres nos fallaron. Decepcionaron. Los hombres no estuvieron a la altura del amor de las mujeres. No les interesaba ese amor. Lo humillaron.
Los hombres nos hirieron y ya no tenemos fuerzas para negociar nada con ellos, parecen decir las neomísticas.
Las niñas han claudicado. Se apartan. Lo que me alarma es que este “alejarse del mundo”, este “estar cerca de Dios y lejos de los hombres para estar bien”, acaba por ser del todo el antidiálogo, la anticonvivencia, la antidemocracia.
Las neomísticas se piran a las afueras (o se esconden en sí mismas) y ceden la sociedad a los varones: la disputaron y ahora, magulladas, se la devuelven. Ya no aspiran a cambiar el mundo, sino a protegerse en su burbuja. Es una confesión de fracaso del feminismo.
Esto me escama, me enferma.
¿No ven las modernas que están asumiendo que los hombres han vencido?
¿No ven que se están señalando a sí mismas como criaturas débiles y en repliegue?
Yo no estoy de acuerdo con eso. Yo me siento fuerte y salvaje para seguir peleando por la igualdad y la dignidad de las mujeres en el centro neurálgico de las cosas, en el mundo que es de todos. Yo tengo ganas de seguir birlándoles el cetro a los muchachos. Quiero jugar con ellos o contra ellos, quiero marearles, quiero ganarles o empatarles. Yo tengo brío para seguir amando, follando y molestando.
No me vais a quitar tan fácilmente de en medio.
De esta rendición está hablando Rosalía cuando canta: “Yo sé muy bien lo que soy / ternura pa'l café. / Sólo soy un terrón de azúcar. / Sé que me funde el calor / sé desaparecer / cuando tú vienes es cuando me voy”.
¡Es la cesión del propio espacio! ¡Es la retirada de las tropas! ¡Es la evanescencia, y, por tanto, la muerte!
Fotograma de Berghain, de Rosalía.
Celibato después del mal rato
El videoclip de Berghain se rodó en Varsovia, como La pianista de Haneke, que me vino a la cabeza al verlo. Ambos comparten esa cosa gélida y emasculadora. Polonia es uno de los países más católicos del mundo. Un gran productor de gente rota y culposa con paranoias sexuales.
La cantante ha dicho en una entrevista que ahora es “célibe voluntaria”. Esto es una gracieta suya para vender el concepto del disco, pero millones de niñas se lo tomarán al pie de la letra. Antes emuló sexualización para vender Motomami.
No cuestionemos nada, todo son “eras”. Eras publicitarias. Qué obediente es el público. El público traga sin preguntar. El público será lo que el mercado haga de él.
Rosalía planchando en Berghain.
En el vídeo, producido por Canadá, Rosalía plancha y lava a mano en la bañera (jajá, la lavadora no es parte de la liberación femenina porque es tecnología y progreso, y eso significa confiar en la gente: aquí nos liberará Dios). Va al cardiólogo. Sufre. Intenta tasar una baratija. Coge el bus: no conduce, no tiene vehículo propio ni libertad de movimiento.
Tampoco la vemos trabajando fuera de casa. Una tradwife de libro, sólo que abandonada por un pibe y recuperándose del mal rato. Blancanieves tras el love bombing.
En un ramalazo tecno, en ráfaga que emula una pesadilla o un recuerdo doloroso, Rosalía canta una frase interesantísima: “I’ll fuck you till you love me”.
Recordé un diálogo brillante de Sexo, mentiras y cintas de vídeo: “Los hombres aprenden a amar a la persona que les atrae, y a las mujeres cada vez les atrae más la persona a la que aman”.
Es decir, los hombres llegan primero al sexo y las mujeres llegan primero al amor, y luego hacen el viaje contrario hasta que se encuentran en un punto.
Siento que Rosalía ha entendido esto (ha entendido que el lenguaje de los hombres era el sexo), y al hombre al que amó hasta desdibujarse (“su miedo es mi miedo / su rabia es mi rabia / su amor es mi amor / su sangre es mi sangre”) le dijo eso, le dijo “te follaré hasta que me quieras”.
Nada de eso salió bien, por eso ahora renuncia al erotismo y sale con Dios.
Catolicismo capitalista: la creación del Dios-novio
La frivolidad es tremenda.
Dios ahora es visto como el novio perfecto porque, a diferencia de los hombres, puede ser lo que tú quieras, puede mutar para saciar tus necesidades. "Hay un vacío que sólo Él puede llenar", dice Rosalía. Claro, claro. Porque este Dios-novio crece para ti y en ti, a tu antojo psíquico y sentimental.
Este Dios que ahora persiguen las modernas no te defraudará nunca. Cambiará de forma o de discurso para adecuarse a tu deseo.
Este Dios es como el capitalismo: infinito. En este sentido, esta nueva ola monjil se me antoja de un catolicismo capitalista.
El nuevo Dios, el Dios-novio, reúne todo lo que soñaste de los muchachos que no te quisieron en el mismo ser, en la misma idea. Es el mejunje definitivo. El mosaico más guapo. Es un batido hecho con tus sueños.
Y qué gozada, porque ya no duele. Dios ya no da miedo, no es cruel o impositivo, no es enigmático, caprichoso ni aterrador como Yahvé del Antiguo Testamento. Ahora Dios es lo que te salga a ti del alma, ¿sí o no, cariño?
Las neomísticas están saciadas. Entrenan continuamente su deseo en algo que no las puede defraudar. Su Dios-novio personalizado. Su Dios hecho a la imagen y semejanza del hombre de sus fantasías.
¿Qué es lo más loco? Que antes la religión era una experiencia compartida, pero ahora todas las niñas piensan que Dios las quiere sólo a ellas.
Otra perversión del mundo moderno que se cree clásico, qué sé yo.
Que Simone de Beauvoir nos pille confesadas.
