Hay un argumento mucho más importante para suscribirse a EL ESPAÑOL que el del “periodismo libre e indomable”. Además, ese motivo se lo explica mucho mejor herr direktor, al que le basta, como al nazareno, con mostrar las llagas. Las heridas de la decapitación. Decapitación de izquierdas primero y de derechas después.
Usted tiene que suscribirse –lo anterior va de suyo y debe reclamarse a cualquier periódico– porque aquí nos lo pasamos muy bien. Insospechadamente bien. Los periódicos son como las salchichas. Si se supiera cómo son por dentro, nadie se los comería. Pero este periódico, sin revelar cuestiones internas de redacción por código de caballería, puede encuadrarse, doy fe, como el último de los de antes.
Por fuera, es digital y todo eso está muy bien. Pero el periodismo del futuro va a tener mucho más del de antes que del de ahora. Y esas cosas tan apasionantes de antes –los debates apasionados, la presencia de los bohemios, las locuras creativas del director– están encerradas aquí dentro y palpitan en los titulares de fuera.
EL ESPAÑOL tiene exclusivas, entrevistas, reportajes, bla, bla, bla. Pero lo que tiene es una redomada capacidad para combatir el aburrimiento. Y eso es para mí lo más importante: tener cada mañana en la pantalla un periódico que te haga pasarlo bien, que te seduzca a través de caminos inesperados. De enfoques juguetones. De sintaxis respetada.
Desde que llegué aquí, hace ya diez años, la exigencia siempre ha estado incardinada en la sorpresa. Hay que sorprender. Y eso hace que nos vayamos matando en los reportajes, en las entrevistas y en las crónicas, dejando lo más divertido que encontramos dentro de nosotros.
Aquí no hay malas ideas. Aquí, es cierto, hay en ocasiones ideas descabelladas. Y nos vamos conteniendo unos a otros mientras nos seguimos espoleando unos a otros.
Es cierto cuando herr direktor dice que el periódico de la mañana es consecuencia de un debate arriesgado –a veces duro y destemplado– la noche anterior. Lo que llega a sus manos, lector, está muy discutido, muy peleado. Eso se nota en el emplatado final.
Hay redacciones aburridas, silenciosas, redacciones donde rige el protocolo. En ésta, hay aullidos inexplicables, chistes irreproducibles, insultos originales y una exigencia atroz, que es la que nos vuelve realmente locos.
Diez años en EL ESPAÑOL son como cien en otra parte. Puede preguntárselo, lector, a cualquier periodista que haya pasado por aquí. Tiene sus inconvenientes, no le voy a engañar, para quien rema en esta galera; pero tiene enormes ventajas para quien, como usted, se encuentra el periódico ya publicado ante una silenciosa taza de café.
Le propongo algo, querido lector. Antes de empezar a leer, acerque el oído a la tableta, el móvil o el ordenador. Escuche el rugido. Le prometo que es de verdad.
Este lugar es una jodida locura. Somos los hombres y las mujeres del texto de Thoureau: vamos a los bosques porque queremos vivir a conciencia, vivir a fondo, extraer de la vida todo lo que tiene que enseñarnos para no descubrir, en el momento de morir, que no habíamos vivido.
Recuerdo mi primer día en este lugar. El director me envió a buscar a un loco que recorría Vallecas con un pitbull amedrentando mesas informativas de un partido liberal. Tenía miedo. Yo, no el pitbull. Al salir por la puerta de la redacción, un veterano me dijo: “El director, lo que quiere, es que el perro te muerda a ti y que luego lo cuentes”.
El perro me mordió. Metafóricamente. Bienvenido, lector, déjate morder.
