Yo al PSOE procuro animarle siempre cuando parece que se roza con el bien, aunque lo haga como por accidente. Como quien tropieza sin querer y al caer descubre un billete de 20 € tirado en el suelo.
Si el PSOE de verdad va a apostar por una ley abolicionista de la prostitución, que me digan dónde hay que salir a motivar a Ana Redondo para que no se canse en el camino, que me apunto.
A mí, que sea por marketing y gestión de crisis reputacional, después de que ya todos podamos decir que en el PSOE hay puteros, me da igual. No exijo buenas intenciones.
Me vale con legislaciones decentes.
Ni siquiera voy a preguntar por qué el Gobierno progresista y feminista que suma más de siete años en el poder ha decidido esperar a que su presidente necesitara con urgencia un lavado de cara para afrontar el auge del mercado de carne en internet.
Porque sí, parece que la nueva propuesta quiere meterse con la prostitución online.
Aunque no todos están de acuerdo en cerrar OnlyFans, plataforma de empoderamiento femenino, lanzadera de empresarias jóvenes, semillero de creatividad online.
“No vamos a condenar a las mujeres a la precariedad aún más”, se comenta que han dicho desde Sumar. Ellas siempre tan empáticas.
¡Ay, amiga! Tenemos conceptos de precariedad muy diferentes si no crees que estar forrándote en OnlyFans es el culmen de una existencia precaria. El verdadero y más repugnante clasismo es el que acepta condescendiente para otros la vida que jamás querría para sus propios hijos.
Y yo, para variar, no estoy de acuerdo con Yolanda Díaz. Porque, por estéril que pueda parecer este debate que probablemente quedará en otro proyecto de ley rechazado, a mí me encanta que fantaseemos con la posibilidad de abolir OnlyFans.
Porque implicaría abolir todas y cada una de las perversiones de la posmodernidad.
La modelo de OnlyFans Sophia Mayy.
OnlyFans es el máximo exponente de cómo se puede esterilizar el mal hasta convertirlo en una bola de colores que el otro pueda masticar y tragar sin ahogarse.
1. Lo primero que uno debe moldear es el lenguaje. No hay prostitutas, sino "creadoras de contenido".
No hay necesidad económica, sino "búsqueda de autonomía y flexibilidad".
No hay clientes, hay "audiencia".
No es el oficio más viejo del mundo, es "contenido premium".
2. En segundo lugar, un buen relato. En Instagram, las onlyfaneras tienen “mamá” escrito en su biografía, suben recetas de cocina y te cuentan entre lágrimas cómo la plataforma les permite ser una madre presente, o cómo abrirse una cuenta ha sido un acto de valentía y les ha permitido cumplir sus sueños de empresaria.
¿Qué es eso de que una prostituta es una mujer vulnerable? Mira su Excel de ingresos del mes y vuelve a intentarlo.
3. En tercer lugar, la estética. Aquí no hay roces, malentendidos, habitaciones cutres, fluidos incómodos. Todo está cuidado al detalle con luz cálida, velas de Amazon y la promesa de una intimidad sin olores, sin tacto y sin riesgos.
C. S. Lewis recordaba que “no somos seres humanos que tienen una experiencia espiritual; somos seres espirituales que tienen una experiencia humana”.
Sin embargo, la irrupción de la vida online ha desencarnado al ser humano, que ahora se permite la ilusión de pensar que su imagen no es él. Que puede mandar unas fotos de sus pies para que un usuario con muchos números en su alias digital le mande un bizum.
Y aquí paz y después gloria.
La posmodernidad es brillante a la hora de sostener el truco de magia de que la virtualidad es inocua y de que la factura nunca llega. Al fin y al cabo, ¿qué es un poco de hombro y un poco de morritos a cambio de unos euros de un tío al que jamás conoceré?
Da igual que estas disquisiciones abstractas, que llevan a justificar todo lo que no nos toque de manera directa, se terminen de golpe cuando simplemente te haces la pregunta de si tu moral sería tan flexible si tuvieras que realizar la transacción en persona.
O de si celebrarías tanto esta autonomía digital si tu hija fuera el producto.
Pocos aguantarían el cara a cara con la evidencia de lo que celebran. La realidad siempre se impone y es maestra a la hora de pinchar las burbujas intelectualoides. Pero qué necesidad hay de estropear la cuenta corriente o la moral cínica con una buena dosis de vida tangible.
Todo es mercado.
Y, en concreto, mercado sexual.
Ella susurra tu nombre mientras le haces una transferencia y eso es ya una “experiencia personalizada”. La plataforma pregona a los cuatro vientos el equivalente digital del sueño americano. “Aquí con trabajo duro cualquiera puede triunfar. Hazte millonaria enseñando tus pies”.
Ya no hay que emigrar, basta con hacerse una cuenta en OnlyFans. Quién necesita a un putero teniendo al algoritmo.
Spoiler: Nueve de cada diez acaban arruinadas, como en cualquier otra estafa piramidal. Pero qué más da si una niña ya sabe que en un futuro podría pagarse la universidad así.
OnlyFans no ha inventado nada nuevo. Lo único que ha hecho es lo que el capitalismo radical en alianza con la tecnología hace mejor que nadie: agarrar lo incómodo e innombrable y convertirlo en mercancía higiénica, personalizable y perfectamente digerible. Prostitución pasteurizada.
Expuesto todo lo anterior, sólo me queda desear mucho ánimo al que desee legislar sobre OnlyFans. ¿Cómo regulamos? ¿Por partes del cuerpo? ¿Por número de suscriptores? ¿Por nivel de empoderamiento transmitido?
OnlyFans sólo se puede cerrar, perseguir la clausura de hasta la última cuenta sin ningún tipo de piedad, bloquear sus sistemas de pago.
Todo lo que no sea eso no será abolicionismo. Será burocracia.
Si esta propuesta es sólo una campaña para reflotar la imagen de Sánchez después del verano, buena suerte. Tenemos de nuestra parte que el bien es mucho más exigente que eso.
Para cargarse OnlyFans hay que cargarse muchas otras cosas. La primacía del principio de autonomía por encima de todo. La idea de que no hay nada que pueda quedar al margen de la ley de la oferta y la demanda. La absurda ficción de que podemos salir indemnes de lo que hacemos virtualmente. La mentira de que una vida lograda es una vida forrada.
Para eso se necesita mucho más que una propuesta de ley. Se necesita una propuesta ética creíble. El bien, afortunadamente, no se puede desplegar en tres anexos.
Así que entenderéis que sí. Me encanta imaginar que podemos abolir OnlyFans. No como el capricho moralista de una meapilas puritana, sino como una forma de preguntarnos qué estamos dispuestos a dar por perdido.
Porque cuando la vida deja de ser carne y se convierte en archivo, cuando el otro se reduce a pantalla y transacción, significa que OnlyFans nos ha abolido a nosotros.
