En un país donde nos hemos acostumbrado a que las ruedas de prensa de los políticos sean sin preguntas, sólo faltaba que el presidente inventara la rueda de prensa sin periodistas. Como aquello de Rajoy y el plasma, pero peor.
Pedro Sánchez “convocó” a los medios en la Moncloa para hablar del 5% de la OTAN (ese que según él había rebajado al 2,1% y que Rutte le desmintió en papel) y en la sala no había medios. Nos tuvimos que enterar después, como ocurre con todo lo que tiene que ver con Moncloa ya.
Pero allí estaba el presidente, mirando a un lado y a otro de la sala, como si todas las butacas no estuvieran vacías.
La política, que siempre fue un teatro, ha dejado de ser una farsa para convertirse en una tragedia.
El periodismo incomoda, el periodismo no hace amigos. El periodismo pregunta, aunque las preguntas no sean agradables.
El periodismo irrita como un jersey de esos gordos de lana porque abriga contra las mentiras, contra las medias verdades, contra la intemperie intelectual de las simplicidades y las versiones únicas. Incluso en verano.
Y a esa labor sagrada, que se hace con una medida de veracidad, de información, de acidez y sobre todo mala leche, a veces le salen granos como Vito Quiles, que seguramente no es un periodista, sino un becario. Un tipo que encontró su audiencia precisamente porque el poder dejó de dar respuestas y hubo una mansedumbre generalizada de periodistas que no salieron a las calles, que no afilaron más sus preguntas como respuesta.
De Quiles sólo conviene decir que su método no es de cronista, en absoluto, sino de agitador.
Y, sin embargo, su expulsión es la radiografía del alma enferma de nuestras instituciones.
En un tiempo en el que decimos que Àngels Barceló hace periodismo, no hay ninguna duda: Vito Quiles también. Porque qué es el periodismo, Pedro. ¿Y tú me lo preguntas?
Periodismo es cualquier cosa, seguro, menos todo lo que digas tú.
Pero el debate nunca fue sobre la finura de Quiles, sino sobre la epidermis finísima del poder. El verdadero escándalo es el autorretrato moral que se pinta el Congreso de los Diputados con esta decisión.
Porque mientras se le cierra la puerta a un becario impertinente, en esos mismos pasillos se pasean, cobran un sueldo público y se les trata de señorías a los herederos ideológicos de quienes apretaban el gatillo. A quienes todavía hoy la palabra asesinato se les hace una bola en la garganta… Metáfora definitiva de una casa en ruinas.
Francina Armengol, presidenta del Congreso, departe con el vicepresidente Alfonso Rodríguez Gómez de Celis.
Se expulsa al chinche que pica en la superficie del colchón, pero se alimenta a la termita que devora las vigas maestras del edificio.
Se purga al becario maleducado, pero se rinden honores al que jamás ha entonado un réquiem por los muertos.
Se exige un carné de pureza democrática a quien hace preguntas, pero se firman pactos de Estado con quienes defendían la pureza de la sangre.
Al retirarle la acreditación a Quiles, el Congreso no se protege, se delata. Es como apagar una cerilla porque su pequeña llama hace más evidente la inmensidad de la oscuridad en la que nos encontramos.
Quieren un periodismo homologado, dócil, un animal de compañía que no muerda la mano que le da de comer. El resto es ruido y el ruido hay que apagarlo. Que esto sirva de advertencia.
Como si el ciudadano fuera idiota y no supiera diferenciar. Como si el Estado tuviera que tutelar a los menores y sobre todo a los mayores de edad.
Esto empezó con una rueda de prensa sin preguntas, después sin periodistas y ahora se reparten carnets de buenos y malos. El objetivo es el mismo: el silencio. Que nadie pregunte, que nadie moleste.
Que al final de cada intervención, de cada escándalo, de cada mentira, la única frase que resuene en el hemiciclo sea la que da título a esta columna. La que resume el estado de nuestra democracia.
No hay preguntas. Tampoco las de un becario impertinente y maleducado que en cualquier democracia normal, más que escandalizar, provocaría ternura porque siempre hubo periodistas con ganas de llamar la atención. De eso se alimentan los medios desde que se inventaron.
