La decisión de Pedro Sánchez de disolver las Cortes y llamar a elecciones anticipadas ha hecho sonar la hora de la verdad y, como suele suceder cuando esa hora llega, hay a quien le viene mejor y a quien le conviene menos. O nada. Quienes se creían a salvo hasta diciembre, y autorizados a darle hasta entonces la espalda a la cruda realidad, se ven de pronto arrojados a sus fauces. O por decirlo de otro modo: se acabaron las tonterías.

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. EFE

Son unos cuantos los ejemplos. Podríamos comenzar por los restos divididos del independentismo. Los de ERC ya no van a poder seguir pescando en el río revuelto de una coalición siempre necesitada de votos para aprobar leyes y decretos leyes. Para colmo, el retroceso sufrido en las municipales los pone ante el dilema de volver a entenderse con el fugitivo de Waterloo.

En cuanto a Junts, el triunfo en Barcelona, mérito de Trias más que del partido, queda empañado por su precariedad y la pérdida definitiva de la presidencia del Parlament, después de que la justicia haya empujado a la mesa a hacerle entender a la contumaz Laura Borràs, que está inhabilitada y punto. O por la victoria apabullante de García Albiol en Badalona, que no sólo es la cuarta ciudad más poblada de Cataluña, sino una prueba de que la estelada ya no ayuda a tapar el caos ni el abandono.

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No menos recia (amén de bien ganada) es la bofetada de realidad que se ha llevado EH Bildu, pese a haber mejorado sus números y haber marcado hitos como el de ser la primera fuerza en Vitoria. En cuestión de días, PNV y PSE, con el apoyo donde sea necesario del PP, han cerrado el acuerdo para que los de Otegi no lleguen al poder en ninguna plaza relevante. A ver si por esa vía empiezan a comprender que llevar a los jubilados del hacha y la serpiente en la papeleta te saca de la partida.

En la derecha nacional los problemas los son que le tocan a quien gana, siempre menos amargos que los del perdedor, pero tampoco desdeñables. Al PP le toca resistir hasta el 23 de julio sin pactar demasiado con Vox, y a Vox tratar de hacer ver que su peso es mayor del que los populares están en disposición de reconocerle, a fin de no complicarse el camino a la Moncloa.

Sin embargo, donde la verdad resulta con diferencia más devastadora (dejando de lado ese eterno paciente terminal que es el PSM, arrollado y reducido a la irrelevancia por el tándem Ayuso-Almeida) es en la izquierda a la izquierda del PSOE. Más en particular en Podemos, cautivo y desarmado frente a las huestes de Yolanda Díaz, con las que en cuestión de días debe firmar su capitulación incondicional. Salvo que quiera que los daños ya sufridos el 28-M se agraven hasta la aniquilación.

No deja de llamar la atención el perfil bajo que a lo largo de la semana han exhibido sus dos cabezas visibles, las ministras ya en funciones, y también su gurú en la sombra. Circula por ahí la idea de que más que los indultos y otras concesiones a los independentistas, más que los votos recaudados de los antiguos auspiciadores de gestas encapuchadas, lo que ha erosionado al PSOE hasta apearlo de un sinfín de sillones ha sido ir de la mano de las artífices del derrape del 'sí es sí', al que cabe añadir el anatema a todo pensamiento feminista distinto del suyo.

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Lo ha señalado con sagacidad la escritora Najat El Hachmi: nadie parece haber tenido muy en cuenta la importancia del voto femenino en la debacle de la izquierda del pasado fin de semana. Tal vez no sean pocas las mujeres (también de izquierdas) que no sólo no comparten la versión destemplada del feminismo que ha convertido en ley el equipo de Irene Montero, sino que ven con espanto los extremos de fanatismo y hostilidad en que han caído a la hora de defender sus propuestas y sus tropiezos.

Dicen, ahora que andan ahí, que Pam no tiene quien la quiera en la lista. A lo mejor eso le sirve, al fin, para reflexionar.

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