Querida Isabel: todo el mundo sabe que las mujeres fuertes como nosotras somos más peligrosas que nunca cuando nos aburrimos y más listas que nadie cuando nos enfadamos. Ahora estás en el punto álgido de tu guapura villana con el colmillo afilado, zumbada perdida y echándolo todo a arder mientras tu gloria cae en picado tan rápido como ascendió: tu belleza de chifladita se dispara ante la adversidad, ante la traición ignominiosa de los tuyos. Es esa cosa que tú haces con los ojos, Isabel, al estilo Marujita Díaz. Ese gesto pasado de rosca me pone a sonreír en medio de la desidia: ese gesto, en verdad, resume el espíritu de esta España esquizofrénica del pillaje, tan cachonda y trapera. La queremos tanto y tan raro.

Isabel: la cosa pinta fea. Aunque aún te leo como a una loba clavándole el diente a la comadreja pocha de Casado, ambas sabemos que tu chulería no te salvará esta vez. El pizpiretismo no vencerá: es triste y no es triste. Es curioso esto, Isabel, admitirás que la paradoja es poética: al PP nunca le había ofendido tanto la corrupción como ahora que tú manejas la barca. La tropelía era marca de la casa, mancha alargada y goteante. Verde amarillenta.

No parece que lo hicieras bien, pero seguro fuiste coherente con lo mamado en tu clan, intrépida banda de carteristas donde el que no se lleva la manteca queda de tolai en medio del patio. Nunca fallaste al partido, Isabel: eres una hija sana de él, hoy más que nunca. Tú hablas la lengua de las gamberradas porque esa es la lengua que entiende el PP. Entiendo que esa idea te reconfortará ahora que vienen mal dadas y te dejan a ti el filete más seco de la fuente. 

A nosotros, visto lo visto, nos hubiera gustado ser tus hermanos pero sólo somos tus conciudadanos: esa es la pena que arrastramos. Tienes esa vocación tan de la derecha de poner a los tuyos por encima del bien común y que salga el sol por Antequera, esa vocación de primar la tribu sentimental frente a los valores morales. El bien y el mal son relativos para ti, Isabel, el bien es para tu gente y el mal es todo lo que no sea remar para casa.

Qué sé yo, Isabel: vaya semanita. Dijiste que nos querías y mentiste. Dijiste que gobernabas para nosotros y que los madrileños éramos poco menos que el superhombre de Nietzsche, prácticamente una raza mejor liderada por la más levantisca de las chulapas. Nos dijiste que éramos lo mismo, rompeolitas de las Españas, pero Isabel, nosotros nunca tuvimos nada que ver contigo: lo máximo que hemos podido hacer por un hermano nuestro ha sido hostiar al notas de cuarto curso que intentó quitarle el bocadillo de salchichón en el recreo. Las lealtades son algo extraño.

Isabel, guarda pólvora que la guerra es larga. Te quedará siempre el premio de tener mucho más carisma que el mustélido de tu jefe, un tipo soberanamente gris al que le molestan las hembras duras. Tú le jodiste con tu encanto, Cayetana lo hizo con su intelectualidad. La carrera de Derecho por lo limpio no sabemos si la tiene, pero de complejo macho va con todos los créditos. Lo que más desangelada me deja es que si España no tiene un partido conservador decente, si desaparece del espectro, Vox se pondrá las botas y perderemos todos. 

Te hablo con el corazón, Isabel, con tremebunda franqueza, con lo complejo que es todo. La vida es así, no la he inventado yo. Sé que no te importará nada de lo que yo diga, sé que mis palabras no tendrán tumba en tu oído, por eso las escribo a conciencia. Porque tú no eres hermana mía.