Cualquier día sube un diputado al escaño con unas esposas o con una impresora para intentar buscar su minuto de gloria. O una diputada se saca una teta y amamanta a su bebé. Porque en el Congreso pasan cosas insólitas.

El último suceso extraordinario ha sido la presentación de un escrito que insta a "tomar las medidas necesarias" en la Cámara contra quienes generan "un clima de tensión" en la sala de prensa.

Como quiera que los firmantes del papel -responsables de comunicación de una decena de grupos parlamentarios- no son más concretos, descartada la excomunión y excluidos los latigazos podemos concluir, casi sin margen a equivocarnos, que lo que solicitan es que se retire la credencial a quienes plantean "careos ideológicos" en las ruedas de prensa y "rompen el clima de cordialidad y decoro" entre periodistas y políticos.

Recuerdo que cuando, allá por el 2007, el PP de Rajoy decidió que ninguno de sus representantes acudiría a actos, tertulias o programas del grupo PRISA, después de que su presidente les hubiese vinculado con "el franquismo puro y duro", se armó la marimorena. Y ojo, en ese veto no entraba marginar a estos medios en las ruedas de prensa o negarse a contestar a sus preguntas.

Con buen criterio, la Federación Española de Sindicatos de Periodistas pidió la retirada de un "boicot" que menoscababa "el derecho de la ciudadanía a recibir información". El Colegio de Periodistas de Cataluña, por su parte, acusó al PP de "vulnerar una norma básica del sistema democrático".

Entonces, la presión a los periodistas la ejercía un partido desde la oposición. Ahora es mucho más inquietante, pues quienes suscriben hoy la amenaza en el Parlamento son el PSOE y Podemos, junto a algunos de sus socios como ERC, PNV y Bildu. 

En cuestión de derechos fundamentales, de entrada, y sin necesidad de descender a casos concretos, debería primar la máxima de cuantas menos restricciones, mejor. Pero aun asumiendo el reto de bajar al suelo y que nos disguste lo que vemos, no parece una buena solución que sea el político de turno el que reparta los carnés de buen o mal periodista. Eso es propio de regímenes autoritarios.    

Hay quien denuncia que periodistas sin demasiados escrúpulos están aprovechando la sala de prensa del Congreso para hacerse autobombo. Ciertamente es un riesgo. Pero hay más peligro en buscar su eliminación. El diputado que acude a una sala de prensa sabe que tiene el derecho a no contestar y pasar a la siguiente pregunta.   

Y una cosa más. Quienes han hecho del Parlamento un show carecen de credibilidad cuando apelan a códigos deontológicos y reclaman "cordialidad" y "decoro". Si hay barra libre, que sea para todos.