Las Matemáticas son como las coles: si tienen mala fama, será por algo. Podrás disfrazarlas con “sentido socioemocional”, como propone ahora el Gobierno del palabro cada vez más loco -es decir, podrás gratinarlas con un poco de queso-, pero inevitablemente seguirán siendo matemáticas y coles. Entre las cosas arduas y sanas, entre las cosas severas pero necesarias para el crecimiento, entre las cosas que a ningún niño gamberro -y por tanto lúcido- le apetecen, están las matemáticas y las coles, y está bien que así sea, al menos durante la infancia, que es donde el PSOE quiere empezar a camelar a los polluelos: por qué carajo va a tener que ser todo ahora fresco y divertido, por qué hay que edulcorar los esfuerzos, por qué hay que salpimentar las obligaciones del crío con este pesadísimo brilli-brilli.

Las cosas que el niño odia pero que sabe que tiene que hacer forman parte también de su educación: ahí el chaval entiende que la vida no es una feria donde la escopetilla siempre apunta al blanco y le cae el peluche gordo, el más boyante de la verbena rural. Ahí el niño aprende de responsabilidad, de compromiso, de taparse la nariz y de cumplir -como tendrá que hacer tantas veces siendo adulto-. Ahí el niño lidia con el fracaso, con la frustración, con la incomprensión mundial. Ahí el niño asume que no siempre es verano. Ahí el niño abre los ojos y descubre que los Reyes Magos han muerto. 

Esto no va exactamente de Ciencias o de Letras. Va de que se empieza por romantizar las matemáticas y se acaban concediendo cátedras en Literatura por haberte leído dos haikus de Marwan o por peinarte El Quijote en versión ilustrada para dummies: yo sólo aviso. Este Gobierno llama adaptación, revolución curricular y vanguardia a lo que siempre ha sido bajar el nivel, echarse el siestón o el fiestón, revolcar la pelusilla del ombligo. Se está afanando de verdad en fabricar niños frágiles y llorones que ya ni siquiera repiten curso a pesar de que sean unos zopencos, no sea que se nos traumen: está consiguiendo que las cosas pierdan su sabor, y especialmente crucial para el desarrollo de un chiquillo es paladear el amargo. Spoiler: será el más frecuente. 

Por no hablar de la “perspectiva de género” en las Matemáticas: ¿nos está diciendo el PSOE que hay que barnizarlas, amortiguarlas y embellecerlas sentimentalmente para que las mujeres elijan acceder a estas carreras? No se me ocurre nada más machista ni paternalista. ¿Se acuerdan de la chifladura esa de regalar la matrícula a las chicas que quisiesen hacer numeritos? Poco han aprendido de la lógica filosófica de esa prostitución que no terminan de abolir: por dinero, si está uno falto, uno termina haciendo casi cualquier cosa. Mejor: si regalan las carreras matemáticas a las niñas, serán sólo las niñas pobres las que acaben en ellas -sin deseo y sin voluntad real-. 

Claro que es necesario e interesante que las estudiantes cuenten con referentes femeninos en los libros de texto -aunque, por épocas, haya que sacarlos de debajo de las piedras-, pero más inteligente aún es contextualizar y hacer llegar a los y las escolares que la ausencia histórica de señoras en esas y todas las materias es la prueba irrefutable del insoportable machismo cultural. 

Hay que visibilizar a cada titana solitaria, brillante, desoída y sufridora. Hay que reivindicar a cada escritora notable e ignorada, a cada científica descollante y maltratada -cómo no-, pero sin rellenar absurdamente los huecos que el patriarcado dejó. Porque esa omisión explicada es como la Rebeca de Hitchcock: su ausencia es más flagrante y elocuente que su presencia. Su ausencia, tan dolorosa y abismal, es la demostración definitiva del insulto más antiguo. Y esa rabia debe servir de motor a las jóvenes para ponerse las pilas y para descabezar a todo aquel que insinúe, que solamente insinúe, que su género será su destino.

Es cierto que las titulaciones de ciencias proporcionan sueldos más altos -¿no le da al Gobierno por prestigiar a los maestros? En España se necesitan 39 años de docencia para alcanzar el tope salarial que en Reino Unido consiguen en seis-, pero también es cierto que las clases obreras se decantan por carreras de letras, lo que perpetúa las desigualdades. Lo recordamos, sí: existen más desigualdades además de las de género. De nada, Pedro. 

Los expertos explican que es una cuestión de riesgo, como detalla este estupendo artículo de El Confidencial: la chavalería de familias precarias elige carreras presuntamente más sencillas porque no puede permitirse pagar tantos años de estudios y tantas matrículas -como podría acarrear, por ejemplo, una ingeniería-. Igual el PSOE, en vez de echarle brownie con helado a las Matemáticas, podría centrarse en mejorar las becas. O en facilitar el acceso a clases particulares o extraescolares.

O en insuflarle crédito y reputación a las carreras de letras para que puedan competir dignamente en el mercado. O en trabajar a nivel estructural -y no estético- en una educación feminista global que permita que las profesionales del mañana no arrastren el síndrome de la impostora allá a donde vayan: las pocas científicas que han llegado al podio están acomplejadas por la permanente sensación de que no son lo suficiente, sí, pero lo mismo les sucede a las abogadas, y a las periodistas, y las escritoras, y las historiadoras, y las filólogas, y las artistas... y a todas, todas las demás. Ahí, ¿qué? A ver dónde colocan el lazo.