Ya está aquí, y hará estragos. Lo sabemos todos, pero nadie hace nada, o casi nada, al respecto. Es como si, colectivamente, hubiéramos decidido someternos a la cuarta ola, creyendo que no se puede evitar. Aunque se pueda.

Este período anterior a la Semana Santa está transformándose en una precisa copia del de Navidad, aquel que nos condujo a la tercera. Advertidos estábamos entonces, y aun así los meses primeros del año constituyeron un desastre epidemiológico en toda regla.

El responsable, porque para eso es director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias, explicó que lo que ocurrió fue que nos habíamos divertido demasiado.

Fernando Simón estuvo muy desafortunado, por adjetivar su reflexión con elegancia, en aquella justificación. La mayoría de los ciudadanos no se identifica en absoluto con esa idea.

De hecho, nos divertimos más bien poco, o nada, durante las últimas Navidades, y sufrimos mucho.

Pero el científico de Zaragoza tampoco tiene suerte, como todos sabemos, con sus pronósticos. Afirmó quien lidera la lucha contra la epidemia junto a la ministra Carolina Darias que el impacto de la cepa británica iba a ser “marginal”.

Hoy, la variante británica es la que predomina en nuestro país, y la que amenaza con impedir la recuperación de la economía, cuyo dato reciente (un déficit público rondando el 11% del PIB) asusta hasta a los más optimistas.

Esos “varios cientos de casos” que vaticinó Simón constituye, cómo negarlo, otra de sus ridículas predicciones. Y no, aunque haya quien se la vea, no tiene la menor gracia.

Con un porcentaje de vacunación que raya el absurdo, con una politización extrema de las distintas estrategias en la lucha contra el mismo adversario y con el frente electoral de Madrid barnizando cada detalle del debate público, España se ha convertido en el territorio perfecto para que esa cuarta ola impacte con toda vehemencia. Ahora sólo queda esperarla.

Por supuesto, no ayudan los jóvenes franceses que saturan Madrid (turismo de borrachera, lo han llamado), ni las fiestas ilegales que abundan en todo el país, ni tampoco la heterogeneidad de las normas en cada comunidad.

Resulta especialmente arduo saber qué se puede hacer y qué no en muchas poblaciones de la geografía nacional.

Quisimos “salvar la Navidad” y nos hundimos en una tercera ola que habría sido evitable. A pocos días de la gran celebración de la Semana Santa cabe preguntarse: ¿qué puede ir mal esta vez?