En el duelo de titanes que cada miércoles protagonizan Pablo Iglesias y Teodoro García Egea se habló de comunismo. ¿Cómo no? Isabel Díaz Ayuso ha aprovechado la flamante candidatura de Iglesias a la presidencia de la Comunidad de Madrid para cuajar un eslogan poderoso: “Comunismo o libertad”. E Iglesias (ya en campaña) utilizó la sesión de control para reivindicar el papel de los comunistas en el advenimiento de nuestra democracia.

Iglesias, con su habitual tono campanudo, dijo: “En España, los comunistas se jugaron la vida y la libertad por traer la democracia. Ustedes no le llegan a la suela de los zapatos a los comunistas españoles”. Razón no le falta.

Pero si García Egea no tuviera por cerebro un hueso de aceituna le habría contestado con un veredicto evidente, aunque poco reiterado en nuestro debate público: Pablo Iglesias no sólo no alcanza la suela de los comunistas españoles, sino que su trayectoria política se define por la negación de sus logros y sacrificios.

Pablo Iglesias es lo opuesto al mejor comunismo español, aquel que en junio de 1956 clamaba por la reconciliación nacional. Ese PC quiso enterrar el espíritu de la guerra civil al menos desde el manifiesto de 1942: “La reconquista de España para la libertad y la democracia no puede ser obra de un partido o una clase, sino el resultado de la conjugación de esfuerzos de todos los grupos políticos nacionales, desde los católicos hasta los comunistas”.

Bien está que Iglesias celebre verbalmente a aquellos que se jugaron la vida por la transición a la democracia, pero mejor sería que les honrara absteniéndose de despreciar día y noche su legado.

La gran contribución del comunismo español a la democracia fue renunciar a sus postulados maximalistas. La grandeza de su hazaña se mide en sus cesiones: aceptaron la bandera, el himno, la monarquía parlamentaria y, lo más importante, la pluralidad ideológica de España. Entendieron algo que a Iglesias todavía le cuesta captar: que media España no se resignará a morir.

Sus renuncias no fueron en balde. Ganaron la libertad, la democracia y una constitución que salvaguardaba, como pocas en el mundo, los derechos sociales y la pluralidad cultural que el franquismo repudió. Aquellos comunistas resistieron el exilio y la represión, pero renunciaron a la venganza por vivir en democracia. Iglesias no sabe lo que es sufrir y por eso se alimenta del sufrimiento ajeno, pero traiciona su memoria censurando sus cesiones como signos de torpeza y debilidad.

Cuando escucho a Pablo Iglesias sacar pecho por la labor del PC en la Transición me llevan todos los demonios. Iglesias representa todo lo que el PC no fue. ¿Lo imaginan llamando a la contención tras la matanza de Atocha? Cinco abogados laboralistas del Partido fueron asesinados y no ardió ni un contenedor.

Un PC liderado por Pablo Iglesias jamás habría traído la democracia. Así que, camarada Pablo, permíteme corregir el salmo: “Porque no fuiste, somos, porque somos, serán. Atocha, hermanos, nosotros no olvidamos”.