La última vez que nos vimos, querido Ángel, fue en tu despacho de la Asamblea de Madrid. Acabábamos de mantener una entrevista. Me diste muy pocos titulares. De hecho, ahora que reviso las notas, creo que ninguno. Presumes en público de “soso”. Matizo: soso ante los focos.

Estaba atardeciendo. Derramabas la mirada por la cristalera. Hacia Vallecas. Con los ojos entornados, estoy seguro, imaginabas la Comunidad de Madrid que verdaderamente deseas. No puedes describirla en público porque te votaría menos gente que a Podemos en Galicia. No puedes incluirla en tu programa porque el nuevo socialismo la rechazaría por su carácter “unionista”. Pero me he decidido a revelar los secretos de tu arcadia antes de que el delirio nos arrastre.

Sueño ahora igual que soñabas tú, Ángel, cuando recorrías Bremen en busca de Hegel. Eres, como el maestro, un “ser de lejanías” que debe de salir horrorizado del tren de cercanías: esos insultos, la música a todo trapo, la insoportable disyuntiva “comunismo-libertad”…

Estoy a tu lado, Ángel, junto a la ventana. Ya lo veo. Ha vuelto el gobierno de la Academia. Al Parlamento de la polis sólo se puede acceder con túnica blanca. ¡Han regresado las termas! Una por cada distrito de la capital, una por cada municipio de la región. Ya estoy nadando en vapor, γαμημένη πόλωση: el griego se habla más que el inglés.

Tu compañero de partido, el bueno de Agustín Zamarrón, el que tiene la barba como Valle-Inclán, ha instalado la guillotina de Luces de bohemia en la Puerta del Sol. No se cortan cabezas, pero sí cientos de lenguas. De diputados y tertulianos. Por cometer delitos de odio contra la inteligencia humana.

En las plazas de los ayuntamientos, gracias a la tecnología prestada por el separatismo catalán -algo bueno han supuesto los pactos de tu jefe con ellos-, has instalado altavoces gigantes. Suenan las suites para cello de Bach. Ha desaparecido el carterismo convencional: al ladrón se le persigue andando.

En el parque de El Retiro, nadie corre. Los runners, ataviados de su preceptiva túnica blanca, guardan silencio en posición de loto. En una versión largamente superada de los círculos de Podemos, dialogan acerca de las preguntas fundamentales: quiénes somos, de dónde venimos, adónde vamos.

Al acabar, los antes influencers, ahora homus reflexivus, escenifican la caverna de Platón en la oscuridad de las tabernas. Fíjate, ¡Ángel!, España ha vuelto a ser un país donde las leyes se cumplen. La policía acaba de detener a ese chaval por hacer uso del TikTok en la vía pública. Has prohibido Tinder y has plantado miles de celosías para que el amor vuelva a hacerse con las manos, “codo a codo”, como el de Benedetti.

Sí, Ángel, yo también lo veo. La liberación fiscal para las librerías de viejo ha inundado Madrid de páginas crujientes y amarillentas. Qué acierto el silencio en los centros comerciales, qué maravilla la prohibición de las palomitas en el cine. Las frases de los pasos de cebra vuelven a tratar a los madrileños como adultos. ¡En el Bernabéu juega la Real!

Has respetado la independencia de Telemadrid, pero has presionado lo suficiente para resucitar La Clave, estilo José Luis Balbín, en horario de máxima audiencia. Ya nadie se acuerda de La isla de las tentaciones. Hasta el punto de que, el otro día, un periódico publicó en exclusiva que, tras el cierre del programa, la cadena se olvidó allí a los concursantes.

Te honra haber viajado en el Falcon para rescatarlos. Sobre la arena, reencarnando aquel hermano corazonista que fuiste, los confesaste uno a uno y les dejaste que metieran el dedo en tu llaga.

Qué sosa esta Comunidad de Madrid, Ángel, que imaginamos juntos al otro lado de la ventana. Te la recordaré, pertinentemente, si tienes la posibilidad de formar gobierno tras el 4 de mayo. Tu conciencia no es tan flexible como la del presidente Sánchez. Tu organismo no genera tanta melatonina. Y un filósofo, para pensar con claridad, necesita dormir.