La gala de los Goyas, digámoslo aquí y ahora, libra una competición oficiosa contra ella misma para conseguir, año tras año y aunque parezca imposible, ser más larga, más tediosa y más soporífera que la anterior.

Este año, en lo que viene siendo un mortal carpado hacia atrás con doble tirabuzón, se añade a la receta la combinación de lo presencial con lo telemático y la participación de estrellas internacionales, pandemia mediante. No veo la hora de que empiece.

Sabemos que la gala será presentada desde Málaga por Antonio Banderas y María Casado en el teatro Soho CaixaBank. De lo de los nombres de teatros con cuñita publicitaria hablamos otro día, recordádmelo.

Antonio Banderas, precisamente, nos deleitó (guiño, guiño, codazo) el año pasado con un número musical final en el que por poco logra que todo el elenco de A Chorus Line perdiera el paso. Casi como yo en mi clase de prueba de zumba, esa en la que el monitor me suplicó que lo dejase, que aquello no era lo mío y que me apuntara a otra cosa. Que él invitaba. “Por tu padre, no vuelvas” me dijo aquel tipo en mallas.

No como a Banderas, que van y le ofrecen como refuerzo positivo presentar al siguiente año

Sin público y sin políticos, pero sí con alfombra roja y celebridades entregagalardones, los premiados recibirán los cabezones (llamar cabezón al Goya es como llamar Olvido a Alaska o Gabo a García Márquez) desde sus casas.

A mí esta parte es la que más me apetece. Quiero confirmar mis sospechas de que habrá un graciosete que lo reciba desde el baño, sentado en el retrete (¿Javier Cámara?), una sentada en el suelo en pijama comiendo palomitas porque no se lo espera para nada (¿Candela Peña?) y alguna vestida de princesa en la cocina (¿Natalia de Molina?).

Espero que nadie confunda la gala con una conferencia telemática con Oxford y aparezca con todos los libros de su casa amontonados tras de sí para la ocasión. 

Decoro, amigos. Decoro. 

Como vidente que soy, creo estar en disposición de aventurar sin temor a equivocarme que la gala tendrá un ambiente reivindicativo y morado.

El aliento del 8-M en nuestras nucas es incuestionable. Las nominaciones en dirección, dirección novel y guion original son sospechosamente paritarias y tres de las cinco películas nominadas a la mejor nos hablan de mujeres.

La duda es con qué macana nos sorprenderá CIMA este año para reivindicar la nunca suficiente presencia femenina. ¿Serán de nuevo los abanicos rojos del chino? ¿Camisetas moradas sobre el vestido de fiesta? ¿O algo más espectacular y simbólico como, yo qué sé, recibir el galardón desde la habitación del hotel con un camarero amordazado bajo el taconazo de aguja?

Pagaría por una actuación en directo del coro de mujeres Malvaloca con su “dale marcha al 8-M”, cuyo vídeo no puedo dejar de ver en bucle desde que lo descubrí.

Gracias, Irene Montero, por tanto.

Mis momentos favoritos, tengo que reconocerlo, son los agradecimientos y los obituarios, siempre que no toque el piano James Rhodes, que ya es suficientemente triste el momento sin su contribución.

De los agradecimientos me gusta contar a cuántos padres muertos dedican los galardones y elevan el Goya al cielo (como si fuese una mini María Santísima de la Esperanza Macarena), cuántos minutos se puede estar delante de una cámara enumerando familiares, amigos y compañeros sin que te saquen en volandas o te apaguen el micrófono, y cuántos no se lo esperaban en absoluto y lo dedican a todos los nominados, que es un lujo compartir nominación con ellos y se lo merecen mucho más que él y este premio es para todos vosotros, os quiero.

En esos momentos siempre me acuerdo de Carmen Frías y su “muchísimas gracias a todos”. Venga, hasta luego, ahí os quedáis. Qué grande agradeciendo, la Frías.

Y qué grandes las caras de “no estoy decepcionado, total, ¿para qué quiero yo este premio? ¿Como pisapapeles?”. Se debería dar un Goya a la mejor interpretación de buen perdedor. Ahí está el verdadero talento. Dejo aquí la sugerencia por si alguien con criterio y contactos tiene a bien elevarla a quien corresponda.  

Para mí, la incógnita de esa noche (el hastío lo doy por hecho) se reduce a tres grandes interrogantes: 

Uno, si Nieves Álvarez, nuestra particular Heidi Klum patria, sin cuya desconcertante presencia no hay sarao que se precie, irá vestida de princesa. Mis apuestas son que las nominadas llevarán algo morado (como toda novia lleva algo nuevo, algo viejo, algo azul y algo prestado) y que la Spanish Klum llevará escote palabra de honor, plumas, encaje y vaporoso tul. Un “póngamelo todo” hecho vestido.  

Dos, si nos sorprenderán con un inesperado e inaudito número musical en el que se encadenen en la letra los títulos de todas las películas nominadas (no nos lo esperamos para nada) interpretado por Álex O’Dogherty, por lo menos. 

Y tres, si C. Tangana actuará interpretando su Demasiadas mujeres. Si eso ocurriese, cruzo los dedos, espero que haya desfibriladores en el hotel donde se aloje Leticia Dolera.

No sé vosotros, pero yo ya tengo palomitas, cervezas, varios dispositivos móviles listos y pis hecho porque la vergüenza ajena es mi favorito de entre todos los sentimientos incómodos y me encanta pasarlo bien tan mal.

Estoy lista. No me mueve ni Dios del sofá hasta que el bochorno acabe.