Un político que quiera ser tenido por líder irá siempre por delante de las encuestas, guiando a los votantes, y no detrás de ellas, a rebufo de una agenda que marcan otros.

Sirva esta idea para poner distancia con la demoscopia oracular, pero no se interprete como desprecio de la sociología electoral. Tomada como termómetro del momento presente, y no como auscultación del futuro, constituye una herramienta política útil.

En la última semana, se han publicado varias encuestas que, con distintas aproximaciones, señalan una caída del PSOE, el auge de Vox y el hundimiento de Ciudadanos. La suma de PP y Vox superaría a la de los socialistas con Podemos, pero estamos lejos de ver un vuelco político.

Más allá de la varianza en el reparto de escaños que hace cada sondeo, parece cristalizar la idea de que la distancia entre los bloques de izquierda y derecha no será suficiente para propiciar cambios de gobierno.

La explicación es doble. La irrelevancia de Ciudadanos impide los acuerdos en el centro y esa polarización traslada la carrera política a la periferia, donde medio centenar de escaños nacionalistas, regionalistas y de formaciones minoritarias pueden inclinar la balanza de la formación de gobierno. 

Y Pedro Sánchez puede estar tranquilo, porque el PSOE es capaz de recabar una treintena de escaños periféricos, de EH Bildu a Teruel Existe, mientras que el PP tendrá muy difícil plantear una alternativa, tanto más si esta ha de pasar aritméticamente por Vox, cuya implicación puede alienar otros apoyos. El bloque de derechas apenas podría sumar los diputados de Foro Asturias y de la antigua UPN. Un respaldo insuficiente para llegar a Moncloa.

Así, el drama del centro político español desborda la situación particular de Ciudadanos. En ausencia de opciones transversales capaces de negociar a izquierda y derecha, las encuestas nos devuelven la fotografía de un país condenado a la falta de alternancia y a un gobierno dependiente del independentismo.

Y, por ello mismo, plegado a sus demandas.

El peso de las formaciones nacionalistas en la gobernabilidad es, desde luego, antiguo. Pero el procés ha alterado las relaciones de poder. Si antes el PP podía suscribir acuerdos en el eje ideológico con partidos como el PNV o CiU (recordemos el pacto del Majestic), el clivaje identitario ha provocado su voladura, de tal modo que el PSOE es el único partido que puede sumar a su bloque un amplio respaldo periférico que decida una investidura.

PP y Vox habrían de superar con su suma los 170 escaños (la mayoría absoluta se alcanza con 176 asientos del Congreso) para pensar siquiera en plantear una alternativa a Sánchez. Y la empresa se antoja toda una hazaña habida cuenta de que ambos partidos son, en buena medida, vasos comunicantes: uno gana lo que pierde el otro, y al revés.

El PP tendría que ser capaz de atraer a una parte sustancial del electorado socialista, algo que la dinámica polarizadora no favorece, para conseguir ensanchar la suma del bloque de derechas, que ahora mismo parece moverse entre los 150 y 160 escaños.

La alternancia requiere un retorno al centro que ahora mismo no se vislumbra. Sin embargo, es previsible que a medida que se aproximen las elecciones, el centro recobre cierto protagonismo. Si Ciudadanos no es capaz de recuperarse electoralmente, veremos movimientos en su espacio.

El PP buscará la absorción de sus votantes, pero también la de aquellos de sus dirigentes que conserven mayor capital político. Es posible que asistamos, incluso, a una refundación del espacio de centroderecha.

En qué medida estos movimientos podrían resultar atractivos para una parte del electorado socialista que ahora está desencantado o desmovilizado, es una incógnita. Pero la polarización hace del centro un Rubicón difícil de cruzar, por lo que no debemos esperar grandes trasvases interbloques.

Todo ello sugiere que quizá exista una oportunidad para la aparición de una opción de centroizquierda con vocación de atraer a los votantes socialdemócratas que rechazan la política de pactos de Sánchez.

Una opción que no ha de tener grandes pretensiones electorales, pero que sí puede irrumpir como una cuña en el bibloquismo. Una bisagra que permita articular acuerdos entre la izquierda y la derecha, y que traiga de nuevo la gobernabilidad desde la periferia al centro, y desde los extremos a la moderación.

En ausencia de un centro con peso político, la alternancia parece comprometida y la gobernabilidad pasará por los nacionalistas. El PP encontrará serias dificultades para reunir los 176 apoyos que puedan descabalgar a Sánchez si no logra erosionar al electorado socialista, bien por sí mismo, bien asociándose con otra opción política que sí pueda penetrar en el centroizquierda. Y, con todo, la presencia de Vox en una negociación pondría muchas trabas a tal asociación

Esto no significa que la derecha no pueda conquistar espacios de poder. En el plano autonómico, el PP podría recuperar gobiernos en aquellas regiones sin una presencia nacionalista que incline la balanza del lado del bloque de izquierdas.

Otra encuesta conocida esta semana auguraba la victoria electoral del PSOE en Andalucía, un resultado que, no obstante, no impediría que el PP pudiera imponer una suma de derechas mayoritaria para revalidar el gobierno.

De este modo, en los próximos años podríamos asistir a la consolidación de un dualismo político, una suerte de dimorfismo electoral con un ejecutivo socialista en el nivel nacional y gobiernos de derecha en las autonomías que carecen de actores nacionalistas relevantes.