Dicen que cualquier tiempo pasado fue mejor. Que cuando Juan Carlos I le pegaba al squash y descolgaba teléfonos y cigarrillos bajo los cedros, España pudo ser lo que quisiera. De la Transición sé mucho y viví poco, pero cierro los ojos en un día como hoy y se me vienen nombres propios: Núñez Encabo, Brunete, acorazada, José María García, conversaciones de Armada o tanques en Valencia.

Porque yo nací, respetadme, años después del golpe y desde que empecé a tener noción de niño en democracia vi aquel febrero del 81 como algo fundacional. Alguna noche solitaria y con niebla he pasado por delante de los leones de Ponzano y he pensado que la Historia de España va dejando de lado aquel Hemiciclo de valientes y cigarrillos. Me solidarizo, obvio, con quienes se acojonaron. Acaso porque en el sueldo de valientes no va siempre la labor de guerrero espartano. 

En el hipotálamo de niño que entraba en las conversaciones de adultos siempre hablaban de un veterano político de la entonces AP que refugió en su casa con jazmines a los barbados comunistas. También que una noche paró a la Movida madrileña y los tacones lejanos fueron a esconderse a la espera de los acontecimientos.

Muchos años después vi los tiros de Tejero en un día de calor con el Congreso a bajo cero. Más tiempo después, como bien sabe Juan Carlos Laviana, me empotré en la clínica donde Adolfo Suárez agonizaba, en el sofá junto a la máquina de café, y fue mi homenaje a esa época que me faltó frente a Valle. Me despertó Juan José Padilla, lloroso y cíclope. 

La Historia, vista en perspectiva, pierde épica democrática. De la noche de los transistores a la de los escaparates rotos de Pablo Hasél va un mundo que se destruye. El consenso está mal visto, y en política sólo se permiten vividores de una parte.

Sigo imaginando la cara de Suárez sonriente y también una pintada medio desvencijada, en un monte sepultado entre ortigas, donde los adolescentes enamorados se juran amor y babas y donde en la roca que da al mar alguien retinta por febrero un "Viva Tejero" que no sé si va en coña o en orgullo cañí.

Hoy es 23-F y tenemos lo que tenemos. Quienes procuraron el bienestar se han ido, andan en la desmemoria y temen al respirador. Muchos habrá que pasen de tapadillo este aniversario. Mi fracaso como periodista es llegar al mundo cinco años tarde para preguntar en la Zarzuela si estaban y si esperaban al del bigote y los líos suizos que llegarían después. Después del Mundial, de la Expo, de las Olimpiadas. Cuando todo fue una orgía sana de democracia y Pujol I el trincador bailaba rumba y medio se le entendía el español.