La política en Cataluña es ya lamentarse un día por lo que se hizo mal durante décadas. Así ha venido sucediendo en demasiadas jornadas electorales (incluida la de este 14-F), y en el falso referéndum del 1-O y los demás acontecimientos de 2017. Políticas cortoplacistas, irresponsables y negligentes desembocaron ahí. Y siguen desembocando: no hay mar para este río decadente, que seguirá horadando el suelo en su declive sin fin. Proseguirá su decadencia hasta cuando no quede suelo.

La última esperanza se perdió. Fue la de que los independentistas comprendiesen qué significaba la independencia, a partir de los hechos que empezaron a sucederse después de su golpe posmoderno. Hasta entonces podían tener la disculpa de que no había hechos, sino solo proyecciones. Hoy los hechos sobran, por mucho que los encubran la propaganda nacionalista. El apoyo al independentismo ya es el explícito fracaso de una sociedad.

Sus dos principales candidatos lo dicen todo: los deprimentes Carles Puigdemont y Oriol Junqueras, uno huido de la justicia y el otro condenado. Ninguno ha podido presentarse, naturalmente, así que han puesto a asequibles segundones: Laura Borràs (JxCAT) y Pere Aragonès (ERC). Son candidatos perfectos, en la medida en que se corresponden con lo que proponen: astracanada fundada en la mentira. Cada cual a su estilo: ella carnosa y expansiva, él monaguillesco y reconcentrado.

Lo curioso es que también los candidatos no independentistas son candidatos perfectos, en el sentido expresivo indicado anteriormente. Salvador Illa (PSC) encarna la pasividad mortecina, acomodaticia, que su programa propone. Carlos Carrizosa (Ciudadanos) es un hombre desvaído y menguante como su partido. Alejandro Fernández (PP) apenas puede camuflar con su voluntarioso gracejo el papelón de sus antecesores (y sus jefes nacionales).

En cuanto a Ignacio Garriga (Vox), parece blindado para sostener un discurso xenófobo. En los debates, por cierto, era el que mejor hablaba (junto con Jèssica Albiach, de Podemos), pero cuando se enfadaba se ponía un poco Yoyas.

Me interesa la xenofobia de Vox, porque es clave en el desastre de su éxito (cuarta fuerza política en el Parlament). Xenofobia que va de la mano de su nacionalismo (en este caso, por fin, español). Con Vox ya están cubiertos todos los flancos del nacionalismo y la xenofobia en Cataluña. Y quedan arruinados los dos argumentos reales contra el independentismo: el antinacionalismo y la denuncia de que los nacionalistas quieren extranjerizar a sus conciudadanos. Ahora Vox soltará exabruptos en la otra dirección, con gran satisfacción expresiva y de descarga emocional inmediata de sus acólitos; y brindándoles el favor de su vida al independentismo.

El resultado en cabeza, con PSC, ERC y JxCAT muy igualados, deja un horizonte de gobierno de Guatemala o Guatepeor. Siendo la opción Guatemala (PSC-ERC-¿Podemos?) la Guatepeor a nivel nacional, por las concesiones a los independentistas que seguirá haciendo el Gobierno Sánchez-Iglesias (PSOE-Podemos), con el embrutecimiento general correspondiente; bueno, la profundización en el que ya tenemos. La decadencia de Cataluña es extensible a la de toda España, la catalanización de cuya política es lo que nos trae por la calle de la amargura.

¿Ha influido la pandemia? Parece que ha podido votarse con seguridad, pero la idea de que podía ser arriesgado tal vez haya frenado a los votantes más cobardones y lanzado a los otros. En cualquier caso, da un poco igual: la pandemia no ha cambiado la situación, que por otra parte durará mucho más que la pandemia.