El país está consternado. Muchos compatriotas padecen al imaginar el tormento en que vive a diario nuestro vicepresidente segundo, formando parte del gobierno de un país sumido en la anormalidad democrática. También al representarse la agonía insufrible de su secretaria de Estado, que tiene que irse a dormir cada noche con la conciencia de serlo de un país que exhibe su abyección permitiendo la venta de armas a Arabia Saudí.

A estas alturas de su insoportable tragedia, lo de menos es si uno u otra tienen razones para afirmar lo que afirman, o si las situaciones en las que basan su reproche al sistema del que son conspicuas y bien remuneradas cabezas visibles resultan o no aceptables.

Si preguntan al que esto escribe, me gusta poco que en Yemen caigan bombas españolas, y tampoco me hace mucha gracia que a un rapero que escribe y canta gilipolleces, como en un país avanzado debería ser su derecho, lo metan en la cárcel en lugar de hacerle pagar en metálico los platos que haya roto con sus letras, si es que se prueba que rompió alguno, y en el bien entendido de que un monarca o un Estado pueden sufrir poco daño por lo que cante alguien, por más que desafine.

Otra cosa es que acaben recibiendo una condena penal, tras un juicio con garantías y delicadezas que prácticamente no existen en ningún lugar del mundo, políticos que infringieron el Código Penal a sabiendas y con desprecio agudo de los derechos de sus conciudadanos, pero tampoco es esa la cuestión.

La cuestión es que el que esto escribe, con sus gustos y sus disgustos, no viaja en coche oficial, no va con escolta y no firma papeles que acaban publicados en el BOE. Por eso se puede ir a dormir a pierna suelta todas las noches, aunque desde el Estado se promulguen normas o se tomen decisiones que no le gustan, y por eso, también, si dice que algo es o no es legítimo o válido, lo puede hacer con la libertad de no estar recibiendo a cambio o a despecho de ello recompensa alguna de ese Estado.

Ítem más: en tanto valora quien esto escribe esa libertad y esa conciencia, que jamás aceptaría estar sentado en un sillón oficial sin llevar en la cartera una tarjeta de Radio-Taxi, para, en el momento en que sintiera que una u otra resultaran afectadas, por obligársele a convivir con situaciones opuestas a sus ideas o sus principios, sacarla, marcar el número y dejar sitio a otro.

Parece enfermedad extendida entre nuestros próceres la de carecer de energía para afirmar de la única forma coherente su convicción cuando se ven arrojados a coyunturas intolerables. No son el vicepresidente y su subalterna el único caso: ahí está el del jefe de la oposición, que parece que también sufrió lo suyo, según acaba de revelar, siendo portavoz de un partido que en cuestión tan importante como la crisis catalana de 2017 tomaba unos derroteros con los que no estaba en absoluto conforme. No le llevó ese padecimiento, tampoco, al extremo de apartarse.

Quizá sea momento de recordarles, tanto a uno como a los otros, que la Historia está llena de personas que solucionaron su problema saliendo del círculo y desde fuera de él aportaron tanto o más que cuando estaban dentro. Y es que poco puede dar de sí quien sigue percibiendo los emolumentos de un cargo, con lo que eso denota en punto a conformidad y satisfacción, mientras cree que la maquinaria de la que forma parte está averiada.

Como tantas otras veces, está aquí indicada la lectura de los estoicos, y en particular de Epicteto: “Recuerda que la puerta está abierta. No seas más cobarde que los niños, sino que igual que ellos cuando algo no les gusta dicen ya no juego, tú también, cuando te parezca que las cosas están de esa manera, di ya no juego y márchate; pero si te quedas, no te quejes”.