El largo proceso de los contagios no tiene fin. El hastío nos invade. No hace todavía un año que el coronavirus llegaba de Wuhan y nosotros, ingenuos y bondadosos, creímos que tendría los días contados. Sin embargo, el tiempo pasa y la esperanza prescribe como los yogures.

Lo diga o no lo diga Fernando Simón, ha llegado el momento álgido porque peor no podemos estar. Lo llaman tercera ola y más vale que a la tercera vaya la vencida. La curva, el pico, el techo de la desgracia. O como le digan a la fase crítica de la pandemia.

Si tuviera que hacer una representación gráfica del momento, haría una montaña (otra) de la que sólo veríamos el lado ascendente. Una montaña como el Naranjo de Bulnes en su pared más vertical. ¿Caída libre, a partir de ahora?

El año pasado, cuando empezó todo, lo dibujaban como si fuera una montaña empinada, una especie de Annapurna que se despeñaba sobre sí misma en señal de finiquito.

En diferido, eso sí. Con efectos retardados sobre el personal que, como el prisionero del romance (ahora romance del confinado), ni sabe cuándo es de día ni cuándo las noches son.

La pandemia vino del este y se quedó, como muchas otras que dieron la vuelta al mundo transportadas por las ratas de la peste bubónica. Sabemos cómo llegó, pero no sabemos si sobreviviremos a ella. Y, ahora, pandemia somos todos.

La decepción nos embarga a todas horas. Llegaron las vacunas prometidas, pero la promesa se tornó evanescente para los de abajo y objeto de deseo inconfesado para los de arriba, que corrieron a vacunarse de tapadillo.

Los resultados empiezan a manifestarse: el JEMAD y 300 militares a su mando, alcaldes, consejeros y exconsejeros, exempleados de hospitales, policías, más políticos, obispos, etcétera. Un afán mimético se ha apoderado de la sociedad y todos los días aparecen nuevos nombres.

Es muy español esto de saltarse la cola. Pero, esta vez, romper el orden de preferencias en el acceso al pinchazo ha topado con una inesperada ola calvinista contra las vacunaciones indebidas.

Bueno, algo es algo. Al menos por una vez, en forma de dimisiones, ceses y espantadas, ha funcionado la apelación a la ejemplaridad en el desempeño de altos cargos de la vida pública.

Visto el escándalo, les habría compensado aceptar el viaje a Dubai con vacuna incluida que está ofreciendo una agencia turística inglesa.