Zidane duele mucho. Sobre todo entre quienes deseamos al Real Madrid buena salud, pero ningún éxito deportivo. Elegante, correcto, frío y ganador. Insistentemente ganador. Una vez, en un acto organizado por este periódico, estuve al lado de Zidane. Si no recuerdo mal, estreché su mano. Se me helaron las pe... Tuve la sensación de que, contra él, perdería siempre y a cualquier cosa.

Paradójicamente, ese frío se ha disuelto cuando los termómetros alcanzan mínimos históricos. El llanto de Zidane tras empatar contra Osasuna en Pamplona ha volado por los aires el párrafo anterior. Ni elegante, ni correcto, ni ganador. Más bien ridículo, cobarde y perdedor. "El partido se tenía que haber suspendido". Una frase que engloba el señoritismo que a punto está de destruir el fútbol.

Quizá los devotos del Real Madrid, tan acostumbrados a que el Santiago Bernabéu parezca una ópera, hayan olvidado los días del barro. Aquellas tormentas que destrozaban el césped, igualaban el deporte y ofrecían al aficionado un espectáculo épico y hermoso. Camisetas rotas, charcos oceánicos y botas enfangadas. Eso también es fútbol... a pesar de uno de quienes mejor lo practicaron, Zidane.

Del lloro de Zizou podría deducirse que El Sadar fue el sábado un campo devastado. Las lágrimas pasarían inadvertidas si no fueran también una falta de respeto a los cuarenta operarios que, desde las nueve de la mañana, anduvieron dale que te pego con la pala y el rastrillo. El balón rodó con considerable normalidad. Tanta que Isco pudo emular la ruleta de su entrenador.

"El partido se tenía que haber suspendido", escucharon cuarenta trabajadores que todavía se reponían junto a la estufa. No se trata de antimadridismo, sino de decencia. Ahí quedan las palabras de Toni Kroos y Thibaut Courtois, que enmendaron la falta de respeto de su jefe.

"No hay excusas, el campo era igual para los dos", dijo el primero. "Quiero agradecer a la gente de Osasuna que hayamos podido jugar", apostilló el segundo. Emilio Butragueño, en el palco, lamentó el resultado, pero celebró la "adaptación" de su equipo a las condiciones de El Sadar.

Hace un tiempo, cuando el propio Zidane jugaba, el Real Madrid sí se habría topado con un infierno helado. Eran días sin VAR, sin pasatiempos tecnológicos. Era un fútbol intensamente humano, que es como son las cosas que valen la pena.

Zidane, ¿por qué no coge la pala y el rastrillo? Sergio Ramos está encantado de jugar con la nieve. Lo hace hasta sin camiseta. Si el resto de sus jugadores prefiere quedarse en el vestuario, podría ayudarle la legión de madridistas que trabaja en EL ESPAÑOL. Seguro que muchos de ellos quieren llorar con usted.

Le recomiendo el último libro de Luis Rojas Marcos sobre la fuerza del optimismo. No hay empate que por bien no venga. Espero que haya disfrutado de Pamplona, que estaba preciosa. ¡Hotel cinco estrellas! Para entrar rápido en calor, justo después de pasear entre las murallas.

Podría haberle preguntado al busto de Hemingway, que le hubiese aconsejado "mezclarse estrechamente con la vida" y dejarse de lamentos. ¡Qué bajeza, Zidane! Vaya bochorno para Jaime Lazcano, Félix Ruiz o Ignacio Zoco, que triunfaron en el Madrid tras aprender el fútbol en la nieve de Pamplona.

Pero no se preocupe. Seguro que, en alguna parte, Rafael Sánchez Guerra ya está rezando por usted. Presidente del Real Madrid entre 1935 y 1936, se recluyó en el convento de los dominicios de Villava (Navarra) tras morir su mujer. Puesto el hábito, habiendo renunciado al fútbol, miraba por la ventana. Se le humedecían los ojos con aquellos simpáticos seminaristas que perseguían el cuero a pesar de la tormenta.

Perdónele, don Rafael, porque no sabe lo que hace. Estoy seguro de que usted, desde ahí arriba, felicitó al Club Atlético Osasuna. Por su trabajo previo al partido y por la muralla que levantó durante noventa minutos. ¿Qué habría hecho Zidane si hubiera estado presente la hinchada rojilla? ¿Huir?