En Capitalism, alone, Branko Milanovic sostiene que los modelos occidental y chino podrían experimentar una evolución convergente, pero no hacia una síntesis liberal, tal como predijeron Acemoglu y Robinson, sino hacia una plutocracia.

Bajo el capitalismo occidental, los poderes económicos aglutinan cada vez un mayor poder político: el dinero sirve para comprar voluntades, medios de comunicación y hasta leyes. Bajo el capitalismo de estado chino sucede a la inversa: el poder político es la llave para conseguir el poder económico. Occidente y China podrían acabar regidos por los designios de una élite que consolide un régimen oligárquico.

Milanovic escribió su libro antes de la pandemia, pero el coronavirus hace de nuevo pertinentes las preguntas que plantea. China fue hace un año el epicentro del virus y hoy es un país populoso y vastísimo en el que apenas se registran muertes por la enfermedad. La responsabilidad de China en el origen del brote y su gestión de la epidemia han suscitado reacciones en Occidente que se enmarcan dentro de la lógica bipolar dominante, oscilando entre la xenofobia y la rendida admiración.

En España, Vox hace gala de un racismo desnudo y un relato maniqueo sin pretensiones de sofisticación: "anticuerpos españoles" contra el "virus chino". Pero cunde también cierta tentación autoritaria ante la frustración por la ineficiente respuesta institucional a la pandemia.

Es probable que haya muchas más personas que se ubiquen en posiciones intermedias y moderadas, pero la polarización ha desencajado la conversación pública de los goznes liberales. No obstante, ¿cómo de exitoso puede ser el iliberalismo? Podemos referirnos a la respuesta xenófoba como iliberalismo identitario y como iliberalismo de gestión a la visión pragmática que está dispuesta a transaccionar libertades por eficacia, a la china.

El iliberalismo identitario que representa Vox es hoy la tercera fuerza del Parlamento, algo nada desdeñable. Sin embargo, su estancamiento o retroceso en las encuestas demuestra que el partido no está sabiendo dar con la tecla de la movilización electoral, probablemente porque ofrecer identidad en mitad de una catástrofe sanitaria y económica es como recomendar el consumo de pasteles ante la escasez de pan.

El iliberalismo de gestión puede resultar más atractivo, especialmente después de un último año en el que los españoles hemos padecido un iliberalismo sin gestión, en todos los niveles de gobierno. Las restricciones a la libertad de movimientos y los derechos fundamentales no nos han librado de liderar las clasificaciones mundiales de los peores administradores de la pandemia. Pero tampoco han suscitado un rechazo masivo.

Esa mezcla de estoicismo y obediencia nos vuelve a remitir a la hipótesis de Milanovic: ¿caminamos hacia el fin del liberalismo?

En estas cosas pensaba el otro día cuando escuché una noticia: 200 jóvenes desafiaban a la policía con una rave de nochevieja que se prolongó durante varios días. Ilustraba el titular una chica sin camiseta: qué formidable icono de la irreverencia, ese par de tetas contra el mojigato frío de enero.

No, todavía no somos China.