Memoria del Comunismo, de Federico Jiménez Losantos, obra con más de 30 ediciones vendidas. Una mole de, exactamente, 759 páginas (incluyendo la bibliografía) y que es un engaño de principio a fin, empezando por la primera palabra del título, memoria, hasta la última, en la que se hace una relación bibliográfica que es un puro suflé (con Solzhenitsyn, Pipes, Applebaum y Escohotado bastaba).

Un voluminoso engaño de 759 páginas en las que lo que uno encuentra, por supuesto, no es una memoria (sólo el prólogo podría tratarse de tal), pero tampoco una Historia, ni siquiera una crónica periodística, sino más bien una caricatura y una parodia fantástica, pero con pretensiones históricas (muy bien escrita, esto sí se lo concedemos a Losantos; aunque cuanto mejor escrita, peor: más eficaz en su engaño).

Como aquello del médico ridiculizado por Moliére en referencia a la cualidad somnífera del opio ("el opio duerme porque tiene virtus dormitiva"), para Losantos el comunismo es una doctrina criminal porque tiene virtus asesina. Y esta es la única idea, circular (la circularidad viciosa de una tautología), que repite hasta la saciedad (casi sobraban 758 páginas) y desde la que elabora ese perfil completamente desquiciado del comunismo.

Desde el principio, este aparece definido unívocamente (para Losantos no hay antecedentes a Marx y Lenin) como el polo negativo de la sociedad democrática (liberal, "abierta", "amiga del comercio"), siendo el comunismo el non plus ultra del mal social (totalitario, "liberticida", criminal), que erosiona todo principio de organización social que quiera ser próspero. El comunismo básicamente es un robo, un asalto a la propiedad, que necesita del crimen y el terror para perpetuarse.

Con este reparto de papeles, hecho por Losantos desde el principio, empiezan a desplegarse los dramatis personae de esta auténtica parodia, insistimos, en la que aparece Lenin como l'uomo delinquente (por decirlo more frenológica, con Lombroso), que fue capaz, en su vesania, de arrastrar a la nación más extensa del mundo y más habitada de Europa al mayor infierno político que vieron los tiempos (Hitler es un simple aprendiz, para Losantos, un epígono "socialista" de Lenin).

Situado Losantos en la plataforma del tribunal del fin de la historia, cual Jesucristo el día del Juicio, contempla la historia con la piedad del verbo encarnado hacia las víctimas, pero para dejar paso enseguida al inquisidor, al juez insobornable, que además es fiscal implacable, y que busca en esa historia al responsable, y en último caso culpable, de ese experimento de "ingeniería social" que es el comunismo, con sus "100 millones de muertos" a sus espaldas ("siniestro régimen", "reino de la maldad", "iglesia satánica", son expresiones que se repiten).

Bajo esta atmósfera teológica, maniquea (la de la "parousía de la globalización anglo", en acertadísima expresión de Adriano Erriguel), se mueve el pantocrátor Jiménez Losantos para señalar y desenmascarar, vehemente, sin complejos, al verdugo comunista y redimir, por fin, a sus víctimas.

El comunismo no ha tenido su Nüremberg, gusta decir al teólogo, quedando inexplicablemente absuelto por el tribunal de la Historia gracias a una izquierda encubridora y a una derecha acomplejada (la famosa "maricomplejines", que para Losantos, por lo visto, es una constante del siglo XX, no es cosa sólo del PP).

El punto de arranque fundamental es el de la cifra de las víctimas (el capítulo 1 se titula Cien millones de muertos), cimiento sobre el cual se sustenta todo lo demás: es el cadáver que da testimonio del crimen.

Por supuesto, en esta atmósfera negrolegendaria (la del érase una vez de los cuentos infantiles), a Losantos le parece un debate "tortuoso" aclarar el número real de víctimas, además de "inmoral y estúpida" la discusión acerca de los motivos del crimen, si nos situamos en el punto de vista de la víctima (que es en el que, a la derecha del Padre, se sitúa Losantos). Cada muerto representa un horror, un mal absoluto, y, por lo tanto, da lo mismo que el número de víctimas sea de 40 millones o ascienda a 60 millones (incluso muchas veces se habla de víctima, sin más, sin aclarar si es víctima mortal o no, para así aumentar el peso de la indignación ante el mal).

Dan igual diez millones arriba o abajo (como si liquidar un número de población semejante pasase desapercibido históricamente), lo importante es que ya existe una atmósfera que hace creíble cualquier cifra, con independencia de que esté o no documentada (es decir, con independencia de su historicidad). Así, ya no importa la realidad histórica, la cifra (100 millones) es ya litúrgica, casi bíblica, inamovible (si no se llega a probar documentalmente es porque los archivos mienten), que sirve de martirologio para acallar a todo aquel que, de algún modo, "comprenda" al comunismo. Érase una vez el coco Lenin que provocó cien millones de muertos. Esta es la verdad.

Y es que cualquier análisis histórico (no legendario) del comunismo es para Losantos, en cierto modo, "comprenderlo", porque es cifrar sus causas, vincularlo con otras situaciones (por ejemplo, el zarismo), relativizarlo, en fin, cuando el comunismo es un mal absoluto.

De este modo, cuando Rusia se había ya introducido en el "Reino de la Libertad" (con la revolución de febrero), el bolchevismo aparece, cual perverso deus ex machina, y, en su voluntad de mal, le da un golpe, no al zarismo (insiste Losantos mucho en este punto), sino a "la democracia" (del gobierno provisional de Kerenski), que, mancillada, ultrajada, conduce a Rusia a una borrachera revolucionaria que dura ochenta años.

Frente a la suave transición por la que se hubiera encaminado el pueblo ruso si se le dejase prosperar al albur del dolce comercio (respeto a la propiedad, a la libertad y a la vida), el bolchevismo irrumpe con su veneno social erosivo y corrosivo, que es el marxismo, para construir el peor sistema de gobierno que han conocido los siglos. Un Demonio del Este, el Mordor soviético, que con Stalin alcanza el paroxismo, y que convierte en inocente cualquier orden político anterior (el llamado Demonio del Mediodía es un cándido unicornio a su lado).

Una caricatura, digamos tolkieniana, la que elabora Losantos, que comienza por el hecho que marca el hito revolucionario por antonomasia de la Revolución soviética, que es la toma del Palacio de Invierno, y que Losantos caracteriza, distorsionándolo totalmente, como una especie de juerga nocturna que se desmadra, eso sí, convirtiendo el emblemático acto fundacional de la Revolución de Octubre (y que Eisenstein también deformó, desde luego, para darle un aura más heroica) en una acción pendenciera, en una pura gamberrada protagonizada por borrachos y violadores, cobardes y fanfarrones. Es un acto de barbarie despótico contra la civilizada democracia.

Así empieza el régimen soviético, según Losantos, que elabora un relato que tiene la pretensión de ser informativo, histórico, de ceñirse a los hechos, cuando se trata de un retrato esperpéntico, completamente sesgado, de los acontecimientos, reflejado en los espejos del callejón del apóstata.

Y es que, en efecto, Jiménez Losantos quiso hallar en el comunismo lo que no encontró en el Evangelio, según relata él mismo en la introducción. Y, claro, eso que buscaba, tampoco lo encontró en el Partido. Y ahora toca rendir cuentas, y viene el desquite, tras el desengaño. Es la animadversión del converso.

El problema está en que estas confesiones, que justifican su caída del caballo camino de Pekín (que no de Damasco), han encontrado renovado eco en un partido político en alza, y que, con Abascal al frente, utiliza esta artillería demagógica anticomunista como principal baza en el terreno de la confrontación política.

Esta especie de neomacartismo de Losantos (ha insistido varias veces en que hay que ilegalizar el comunismo, la última en una entrevista concedida a EL ESPAÑOL) ha encontrado su eco en Vox, que, definitivamente, a partir de la pandemia, ha convertido su discurso en una fatua anticomunista (gemela por su maniqueísmo de la alerta antifascista de Iglesias, pero en sentido contrario) y que busca erigirse en "tumba del comunismo" (en España, se supone, representado por el gobierno "socialcomunista" de PSOE-Podemos). Checas y gulags, incluso un genocidio, es lo que han visto los diputados de Vox (con Olona, Tertsch y Contreras a la cabeza, además del propio Abascal) desde marzo hasta aquí, deslizando la idea de que las víctimas de la Covid-19 son víctimas que hay que sumar al debe del comunismo, esa ideología criminal y asesina (y esto lo leyeron en el misal de Losantos) que lo único que trae es miseria y muerte.

Losantos, claro, ha vuelto a la carga con su último libro, La vuelta al comunismo, en el que suponemos que nuevas investigaciones le han llevado a la conclusión de que el comunismo mata porque tiene virtus dormitiva.