Ana Iris Simón ha empezado su carrera literaria con el libro con el que otros suelen cerrarla: con un retrato de su familia manchega que no es novela, pero tampoco ensayo, ni biografía, ni nada que se le parezca. 

Lo que diferencia a Ana Iris Simón de sus compañeros de generación que también han empezado su carrera literaria hablando de ellos y de su intrínseca mismidad no es que su familia sea más interesante que la de los demás, que lo es, sino que ella lo ha hecho intuyendo algo que el narcisismo, el egocentrismo, la carencia absoluta de empatía y la falta de pesquis de los otros les impide siquiera oler.

Que el hombre nuevo es sólo el producto defectuoso que los sociópatas de Silicon Valley, los fascistas de la extrema izquierda, el progrecapitalismo y los psiquiatras le están colocando a las nuevas generaciones. Con gran éxito de ventas, todo sea dicho. 

[El hombre nuevo es sólo una buena noticia para los gatos, que verán aumentar su clientela exponencialmente. Al menos en tanto dicha clientela no se suicide, soltera y sin hijos, descreída, deprimida, rellena hasta las trancas de tranquimazines, ritalines y prozacs, recién cumplidos los 40. Pero no es tan buena noticia para el hombre viejo. El único realmente existente y que es el mismo no ya desde 1950, sino desde hace dos millones de años].

Apuesten conmigo. El libro de Ana Iris Simón será recordado dentro de unos años como pionero nacional de una nueva ola ideológica que a día de hoy no tiene todavía nombre, pero que caerá sobre el terreno abonado del hastacojonismo de una buena parte de la sociedad española (e internacional) con las idioteces de lo woke, lo progresista, lo políticamente correcto y lo interseccional.

Feria, que así se llama el artefacto, va camino ya de su cuarta edición y de su éxito da fe la pelea de gallos que ha provocado en la extrema izquierda (busquen en Twitter los restos de la batalla entre Ramón Espinar y Daniel Bernabé) y las alabanzas que ha generado en la derecha y hasta en el conservadurismo cristiano a lo G. K. Chesterton, el de Enrique García-Máiquez o Gonzalo Altozano

Quédense con la definición de Ramón Espinar, garbanzo negro de esa olla rancia de caprichos mariantonietiles y kirchnerismo de Hacendado que es Podemos: "Es muy sintomático que la izquierda en el gobierno abrace autores que reniegan del 15M (…) mientras los medios conservadores más inteligentes se acercan a autoras como Ana Iris Simón, que habla de la España popular desde abajo. Están a por uvas".

Servidor no comparte esa pasión por "lo popular" de la extrema izquierda y que suele parecerse a lo verdaderamente popular tanto como ese obrero mitificado, divinizado, concienciado y plastificado de las películas de David Simon a un obrero real. Pero sé perfectamente dónde está ese cruce de caminos en el que Ana Iris Simón ha coincidido con el 15M y con Joris-Karl Huysmans.

Es decir, con Vice y el Telva, dos de las revistas en las que Ana Iris Simón trabajó en el pasado, a las órdenes de George Soros y de Jesucristo, respectivamente. 

Bueno, quizá el decadentismo de Huysmans caiga aún lejos de las aspiraciones literarias de Ana Iris Simón. Pero el decadentismo surge, a fin de cuentas, del naturalismo, y este del realismo, así que tan, tan lejos no está la autora de Feria de convertirse en la Houllebecq nacional. Vive Dios que necesitamos uno/a con urgencia.  

Miren, señores. Lo que tienen en común el progresismo y el globalismo es su voluntad de desconectar al hombre de todas aquellas ideas, lealtades o instituciones mayores que él mismo (la familia, la religión, la nación, la cultura, la costumbre, la belleza) en beneficio de placebos diseñados en probetas de laboratorio: Black Lives Matter, los antifa, el medioambientalismo, la globalización, Greta Thunberg, el feminismo, el multiculturalismo, los mercados financieros, Beyoncé, las redes sociales, el feísmo.

Y por encima de todos ellos, el juvenalismo. Ese nazismo del siglo XXI. 

Esa lucha contra la religión, la familia y la patria podía tener sentido cuando esas lealtades eran obligatorias. Pero ha dejado de tener sentido en pleno siglo XXI, cuando lo obligatorio es la deslealtad a esas ideas. Salvo en Cataluña, el País Vasco y Moncloa, donde la fe en el villorrio y el progresismo es norma de estricta obediencia. Y por eso lo verdaderamente civilizado es hoy defender la religión, la familia y la patria, y atacar al progresismo. Porque las primeras son optativas y el segundo, imperativo. 

Ese hombre trampantojo, hueco, vacío de toda pertenencia, sin atributos, intercambiable y perfectamente indistinguible de cualquier otro hombre de cualquier otro rincón del planeta, fanatizado, de lágrima fácil, de ideas simples, con la capacidad de atención de un mono y sin mayor estima por nada ni por nadie salvo por la bola de pelo que almacena en su ombligo, puede ser Jauja para los departamentos de marketing de Facebook, Pekín, Adidas y el Deutsche Bank. 

Pero supone la muerte del individuo en nombre de un individualismo que no es individualismo sino física cuántica: partículas estúpidas flotando en el vacío y chocando con otras partículas estúpidas de acuerdo a unas reglas que nadie sabe quién ha parido y a quién benefician, pero que están ahí y deben ser obedecidas por no se sabe bien qué imperativo de la modernidad.

Y eso es lo que ha entendido Ana Iris Simón y por lo que hasta los ateos individualistas decadentistas liberales recalcitrantes hemos puesto el ojo en Feria