El Hombre es trascendente, adopta una corporeidad mortal y rosa, que diría el poeta y que recordaría Umbral en su libro más trágico. Pero su trascendencia queda, y más en estas fechas de incertidumbre. Por eso Araceli se santiguó, aunque se pitorreara media legión de trolls podemitas, porque a esas alturas de la vida, a los 96 años, se ha vivido de todo y se sabe que hay más, que hay mucho más, que células, física y química, ARN mensajero y cadena de frío, que dice la misma física que es mera falta de calor.

Santiguarse, con media España mediática enfrente, quizá fuera un acto reflejo, y las invocaciones a Dios de Araceli son, más allá de la fe, una respuesta ante lo desconocido y un modo, también, de ofrecerse a la Ciencia. Porque Araceli es la patrona de Lucena, Córdoba, y por eso le encuentra uno cierta serendipia maternal al nombre de la primera vacunada a la que se le vio firme y rotunda recibir la aguja fría, mientras España volvía a hacer un circo de lo único que nos mantiene alejados de los bigotes de Maduro: Europa.

Por la mente de Araceli seguro que pasaron los muertos sin número y sin responso, los respiradores que eran tubos de buceo, la tecnología comunicativa aprendida a tenazón y esa primavera tan extraña en la que los cérvidos se paseaban por un Madrid al que le nevó a finales de abril y al que le salió un musgo de luto. Seguro que todo eso pasó por la mente de Araceli, con la A alfabética de los pioneros o de lo valientes, y sabiendo que los noventaytantos son los cincuenta de nuestros padres, los juernes, y estas madrugadas coperas que empiezan a las cinco de la tarde. Moral de victoria y nueva normalidad.

Ha llegado la vacuna, salió una sanchista locatis a explicar que era mérito y desvelo de Sánchez: acaso un capítulo de su tesis de diplomacia y economía. No se ha obrado el milagro aunque hayan llegado las vacunas: Illa tiene la misma cara de pavor contenido aunque le espere un futuro cálido de tripartitos y el Estado –y los crédulos y los Tezanos– postrado de hinojos.

Araceli en realidad somos todos los que señalaremos y clavaremos una hipodérmica a los negacionistas y a los lunáticos. Hemos sufrido mucho este año, en un sótano encerrados, y cualquier rayo de luz se va agradeciendo.

No saben cómo.