España tiene algunos problemas graves, y uno de ellos es el PSOE. Puede parecer un ataque, más o menos exagerado, al partido mayoritario de la coalición gobernante, pero lo verdaderamente enjundioso de la acusación es la revelación que concede: que el PSOE es un partido indispensable para el sistema, y que sus tropiezos son los de un país entero.

En los años 80, el PSOE no solo fue un partido del sistema, sino que llegó a confundirse con el sistema mismo. Este extremo tenía, a buen seguro, inconvenientes institucionales, y hasta reminiscencias mexicanas a las que puso fin una saludable alternancia.

En cualquier caso, aquellas mayorías robustas y consecutivas del PSOE de González no han de volver, y Sánchez ha fiado su permanencia en el poder a la consolidación de un bloque cuyos socios son heterogéneos, pero comparten el rechazo al orden constitucional de 1978. El PSOE que se mimetizaba con el sistema hace unas décadas ha quedado hoy, por estrategia, alineado con los partidos antisistema. Y España se puede permitir una ERC antisistema o un Podemos antisistema, pero no se puede permitir un PSOE antisistema.

Deducimos que la estrategia cuenta con el aval de una mayoría de cuadros socialistas. Deducimos también que provoca malestar en un sector del partido, pero ese sector es, amén de algún verso suelto con seguro de baronía, ampliamente silencioso. No se adivina censura alguna a la política de Sánchez entre sus ministros, y tampoco se esperan dimisiones. Ese acatamiento, explícito o tácito, por parte de los miembros socialistas o independientes del Ejecutivo de unos pactos que anteayer el presidente juraba imposibles (nunca con Iglesias, nunca con el independentismo, nunca con Bildu) ha puesto en la diana a los titulares tenidos por moderados: Escrivá, Robles o Calviño.

Lo malo de las acusaciones de colaboracionismo es que dan por bueno que cuanto peor, mejor. ¿Convendría al país que esos ministerios quedaran en manos de cuadros socialistas menos capaces o más sectarios, o de representantes de Podemos? ¿Acaso eso precipitaría la caída del Gobierno? No parece el caso.

En lugar de alentar la polarización plena, expurgando cada bloque de elementos que empañen su pureza dogmática, haremos bien en promover el mestizaje. El último Pulso de España de Metroscopia desvela que el problema que más preocupa a los españoles después de la pandemia es la incapacidad de la clase política para llegar a acuerdos. Es un dato alarmante, pues evidencia una creciente desafección que podría tener consecuencias disruptivas. Pero también inaugura una oportunidad: dado que los partidos son, desde hace tiempo, maquinarias que actúan a golpe de demoscopia, quizá algún líder adivine la ocasión electoral de reivindicar el pacto entre bloques.

Las diferencias entre las formaciones no han de plantearse como un obstáculo infranqueable, sino como una necesidad de partida, valga la obviedad: solo se pueden poner de acuerdo aquellos que vienen de posiciones distintas. Pero para alcanzar acuerdos hará falta que los partidos discutan auténticamente. Puede parecer que no hemos hecho otra cosa que discutir en los últimos años, pero se trata exactamente de lo contrario: peleamos por todo pero no discutimos nada. La polarización ha vaciado de contenido los debates y de ello solo ha resultado una gran cacofonía que impide la discusión y, por ende, el acuerdo.

Esta semana, Pablo Iglesias dictó unas instrucciones a los españoles sobre los temas a debatir en Nochebuena, a saber, monarquía o república. El mensaje, en mitad de una pandemia que va a impedir muchos reencuentros familiares, sonó entre autoritario y frívolo (autoritario y frívolo son dos atributos que retratan bien al personaje), y volvía a demostrar por qué los ciudadanos tienen a su clase política por un problema. Pero el vicepresidente no quería que los españoles discutieran, sino que pelearan. La discusión exige argumentar, comprender la posición del otro, mientras que la pelea refuerza la lógica de intransigencia que alimenta la polarización.

Bien, en lugar de eso, yo este año les propongo un acto doméstico de desobediencia civil: riamos todas las risas que todavía podamos hurtarle a 2020. Feliz Navidad.