No he visto la serie El Cid, pero me he hecho una idea por la crítica de este periódico y las chuflas de los de La Cultureta y Sergio del Molino: un producto lamentable en el que se han gastado mucha pasta. Operación toscamente capitalista que los actores Carlos Bardem y Jaime Lorente han querido contrarrestar con sus predicaciones ideológicas. Así, además de ganar dinero, ganan la salvación.

Da mucha pereza Bardem (–¿Qué Bardem? –Cualquier Bardem), abonado a ese combo. Lo que dijo en La Brújula, lo repitió Lorente en el HuffPost: “Que se preparen las derechas cuando vean El Cid”. (Nótese que en el cuerpo de la entrevista dice “la derecha y la ultraderecha”, pero en el titular lo han ajustado para que quede más del gusto del Gobierno.)

Imagino que durante el rodaje se repetían constantemente que no estaban haciendo una serie fascista. Al fin y al cabo, el Cid es el gran héroe patrio; el de la patria pomposa y belicosa del nacionalismo español. Hasta el punto de que el mayor representante del regeneracionismo del siglo XIX, Joaquín Costa, lo incluyó (a la contra) en su célebre proclama: “Escuela, despensa y siete llaves al sepulcro del Cid”.

Un lema, por cierto, que produce un pelín de melancolía en los tiempos actuales. Lo de escuela por la ley Celaá, lo de despensa por la ruina que viene y lo del sepulcro del Cid porque este Gobierno ha abierto sepulcros equivalentes. Y no me refiero al de Franco, sino al de sus derivas populistas y autoritarias, que son reaccionarias aunque se digan de izquierdas (refrenadas, eso sí, por la Constitución –que una mitad del Gobierno ataca y la otra no defiende).

De niño me gustaba del Cid lo de ganar batallas después de muerto. Con los comunistas pasa un poco lo contrario: siguen perdiendo batallas después de muertos. Si fuera solo por la estética del perdedor, resultarían simpáticos (al menos en países como España, no en los que fueron arrasados por el comunismo).

Mi problema con la “nueva izquierda” de Podemos (a la que arrastra también el PSOE) es que la veo muy vieja. Son políticos póstumos, por muy vivos que se muestren. Han aprendido estrategia, pero ni una lección de la historia. Ni una. Están listos para repetir los mismos errores. Y serán errores póstumos, aunque arruinarán y dolerán igual.