Leo por ahí -una ya no echa cuenta de dónde lee cada pollada que se encuentra- que todas la polémicas en las competiciones con las atletas trans que se fulminan a las atletas no trans -ojo a los pronombres y a las negaciones, no se me pierdan en los géneros-, son otro triunfo del patriarcado.

El patriarcado es como la banca, siempre gana. Es un triunfo del patriarcado porque, dice la autora, estamos sometidos a la competitividad, al triunfo y a los valores, que nos catalogan, nos califican y nos enfrentan. Todo mal.

Cosas de hombres, ya sabéis, desde hace siglos. Y que habría que acabar con eso, y plantear el deporte en términos de bienestar, de aceptación y de placer. Como el macramé. Que basta ya de que gane la excelencia y pierda la ineptitud. Esto no lo dice así, pero subyace en el mensaje. Toda una oda a igualar por abajo, a mediocrizar -si no existe esta palabra, me la invento-.

No hace falta que diga que me parece una soplapollez, claro. Tan tontunada como esas otras cosas que también he leído esta semana -¿qué ha pasado esta semana?- sobre no poner nombre a los hijos y que ellos lo elijan cuando sientan cuál es su género -mucho mejor numerarlos, claro que sí-.

O sobre las ventajas de que no haya exámenes ni calificaciones y se pueda pasar de curso sin aprobar -ahorremos tiempo y dinero, sugiero, y que se expida el título de la ESO con el certificado de nacimiento-. O que todos los cuerpos son deseables porque sí, y si te rechazan es machismo y no, por ejemplo, ausencia de atracción por la otra parte -que me quieras, te digo-.

Al final, el mensaje de todas estas ocurrencias -quien dice “ocurrencia” dice “memez”- es el mismo: nada es culpa tuya, son siempre los demás. Es el patriarcado el responsable de que no seas campeona olímpica, no lo es que tardes ocho días en correr kilómetro y medio (y eso solo si en la meta hay un mesón segoviano con mesa a tu nombre).

Es culpa suya, claro, que tus padres te llamasen Aurora -y no Jose Luis- al nacer porque la naturaleza te dotó de vagina. Es culpa de la sociedad, que es patriarcal, que no puedas ser ingeniero aeronáutico, no es porque aún, a tus treinta, cuentes con los dedos. Y, por supuesto, es responsable de que no sea correspondido tu amor. L'horreur.

Daría risa si no fuera porque estamos consintiendo que nos convenzan de que todos somos especiales -tan nuevas metodologías- y que el Estado, y los demás, deben gestionar eso: el especial sentir de cada uno de nosotros. Que su obligación es, no conseguir una igualdad de oportunidades para todos -que sería deseable y justo-, sino de resultados -lo que va contra el esfuerzo, el talento, el mérito y la excelencia-.

Estamos cada día más cerca de conseguir una sociedad de mediocres, inválidos afectivos incapaces de gestionar sus emociones, destalentados caprichosos, irresponsables revanchistas, frustrados y victimistas. Por lo demás, todo bien.