Me cuenta un poeta y columnista joven –no ha cumplido los treinta– que los de su generación no han leído a Umbral (él sí). Umbral está, pues, en el célebre purgatorio de los escritores: sus páginas se fueron también a la tumba, sin figurón que las sustente. Hasta que vuelvan al cabo de unos años. Se supone que purificadas.

Tal vez el documental Anatomía de un dandy acelere el proceso, puesto que resucita al figurón. Y lo hace de manera emocionante: resucitando de su mano al hombre. Un hombre que ni siquiera estaba resucitado cuando vivía y era famoso. Salvo para los lectores de sus libros intimistas, que son siempre pocos en comparación con los que ven la televisión, escuchan la radio o leen la prensa.

Para aquellos lectores sí vivía. En sus libros se confesaba. En sus libros exhibía sus vulnerabilidades. Cuando lo descubrí a los dieciséis años me conquistó el juego: el frío en las entrevistas y columnas; el calor en los libros. Desde este calor sus lectores sabíamos que aquel frío era fingido: o sea, que también nos calentaba un poco.

Luego me he cansado de Umbral y he vuelto a Umbral y me he vuelto a cansar. Cada año, al final, me leo uno o dos libros de Umbral y acabo hasta los huevos de Umbral. Pero al año siguiente busco otro libro de Umbral. Es una pasión intermitente. Y recurrente. Sigue siendo una pasión: tóxica y adictiva.

El de este año ha sido Diario de un escritor burgués (1977). Hay, como es normal, momentos deslumbrantes: “Lo de menos, en el orgasmo, es el orgasmo, claro. El orgasmo lo tiene uno asegurado. Lo que buscamos, ya, lo que hemos buscado siempre, es esa alfarería giratoria del cuerpo femenino”. ¡Alfarería giratoria! Da en una frase el mejor cursillo literario que he leído nunca: “Lo mejor para escribir es ponerse a escribir”.

Y dice –es de este libro– la frase del documental que más impacta: “Solo he vivido cinco años en mi vida. Los cinco años que vivió mi hijo. Antes y después, todo ha sido caos y crueldad”. Sus lectores lo sabíamos; solo nos faltaba escuchar la voz de Pincho. De pronto, en la vida del dandy, uno se echa a llorar como en un melodrama. Dice Umbral que iba a diario al cementerio con su mujer España. Y dice España que no se querían mudar de barrio por si volvía Pincho.

Entre eso y lo del padre, que desveló Jabois, Umbral queda como un personaje dolorosísimo: doble huérfano, de padre e hijo, colgado en un vacío. Hay que ser muy bruto para no agradecerle lo cortés que fue por fingirse un figurón.