Nos estábamos organizando para ponerle una demanda al director, cuando recibimos un mail colectivo: era el director, que se ofrecía a apoyarnos si nos decidíamos a poner una demanda. Naturalmente, no contra el director sino contra otro; pongamos que el inversor.

Aquello no prosperó (ni en realidad lo merecía), pero yo me llevé un premio: aprendí el truco del ventajismo topológico. Basta que digas situarte en un lado para que parezca que no estás en el de enfrente. En la inmensa mayoría de los casos cuela.

Ejemplo de ahora: si el Gobierno crea un comité “contra la desinformación”, está ejecutando una operación topológica por medio de la cual se sitúa en el lado de la información. Son los otros los que desinforman. (Los otros y no el Gobierno de Sánchez y Dame los Telediarios Iglesias.)

Ocurre igual con nuestros autoproclamados antifascistas, que son notablemente fascistas; con nuestros autoproclamados republicanos, que laminan todo republicanismo político; con nuestros antiespañoles, que son unos españolazos; con nuestros antifranquistas, que han recuperado el toque de queda, el pecado y el Nodo; o con muchos de nuestros antitrumpistas, que son nuestros genuinos trumpistas.

(Como nada se nos ahorra, tenemos además a los antisanchistas de Vox, que son un sustento indispensable de Sánchez; y a nuestros autoproclamados trumpistas –suelen ser los mismos–, que le aplauden a Trump las ínfulas totalitarias que denuncian en Sánchez.)

Pero sí, en la distopía española gozamos del trumpismo triunfante. Tenemos un Trump que cuenta con el apoyo del New York Times (léase El País) y con el de esos escritores que en Estados Unidos critican a Trump, como escribe Lindo, pero aquí defienden a nuestro Trump, incluida Lindo.

Copio de Lindo: “Trump es un hombre psicológicamente negado para trabajar por un bien colectivo. No puede gobernar pensando un prójimo porque, sencillamente, no lo ve. Solo está dotado para ejercer un poder absoluto, rodeado de una corte de pelotas que asuman sin rechistar sus insensateces”. Lo clava. Lo que pasa es que también clava a Sánchez (y a su corte).

Trump y Sánchez son cortoplacistas del poder; serían tiranos si no los frenaran los contrapesos de los países democráticos cuyo poder han conseguido (por eso, en la medida de sus posibilidades, han socavado tales contrapesos). La diferencia es que Trump va de lo que va. Mientras que Sánchez va de lo contrario.

En su primer discurso, el presidente electo Biden ha hecho una prometedora llamada a la unidad de los estadounidenses y ha dicho que “es el momento de cerrar las heridas”. Sánchez lo ha felicitado, y lo cierto es que también él suele hacer esas llamadas. El problema es que, mientras las hace, no deja de desunir y abrir o reabrir heridas.

Mi alegría por la derrota de Trump es inmensa. Pero parcial: aún no ha sido derrotado (sino todo lo contrario) en España.