Cuando el presidente de un país sostiene que ha ganado las elecciones aunque no haya concluido el escrutinio, y este es ajustado, es cuando se alcanza con nitidez el momento en el que los ciudadanos son conscientes de que, a ese tipo al que eligieron para que les gobernara, le importa un comino la institución que representa. Igual que su país, sus compatriotas o la democracia que les alberga y a la que se someten: no le importa nada.

Entonces es cuando, definitivamente, la gente se da cuenta de que, gane o pierda, Trump es un error. Un tipo que detenta la mayor responsabilidad, la que emana del cargo con más relevancia política en el mundo y que, sin embargo, no es más que un descuido de la historia o, mejor, del electorado.

Si el candidato republicano considera que o gana o todo el sistema electoral es un fraude, él no es más que una errata. Si estima que o vence en los comicios -y entonces todo le parece correcto- o bien pierde, y entonces no hay duda: le han engañado, él no es más que una confusión en la crónica de un gran país que vive estos días sus horas más comprometidas.

Desafortunadamente, para Trump y para muchos de sus seguidores solo existen esas dos opciones: presidencia -a cualquier coste- o fraude. Y no le incumbe, al parecer, que sus acusaciones erosionen los cimientos de todo aquello que le han permitido dirigir estos últimos cuatro años al país preponderante en el mundo. Le resulta irrelevante, y se nota demasiado, todo eso que ha convertido a Estados Unidos en una nación que durante décadas ha representado las libertades y los derechos de la ciudadanía en este planeta.

“Esto es un fraude al pueblo estadounidense, una vergüenza para nuestro país”, clama el presidente durante el recuento. ¿De verdad lo cree? Incluso en la realidad paralela en la que hace tiempo que se instaló, esa donde el tablero donde se juegan las grandes partidas internacionales se reduce a una cuenta de Twitter, ¿de verdad considera el líder republicano que semejante idea es plausible?

Saber perder es una gran virtud que no tiene todo el mundo. Trump, durante la campaña, dejó numerosa evidencia que indicaba que él no sería un buen perdedor y que, posiblemente, no aceptaría ningún resultado electoral que no le mantuviera como inquilino en La Casa Blanca. Durante el período de recuento, el magnate conservador ha sembrado la sospecha de un cambio “mágico” en algunos estados clave como Michigan o Wisconsin, donde en su opinión ha surgido un buen número de “papeletas sorpresa”.

“Cuando un presidente sabotea a su propio país”, titula el gran periodista de The New York Times, uno de los más prestigiosos del mundo, Nicholas Kristof, en la portada de su diario. Cuando eso ocurre, sí, cualquier cosa puede suceder. La peor, que siga haciéndolo cuatro años más.