El padre de mi amigo Pepe tenía en su despacho un cartel que rezaba “esta empresa no funciona pero tiene mucha gracia”. Ya estamos tardando en grabarlo en piedra en la fachada del Palacio de la Moncloa. Porque este gobierno no funciona, pero qué risas, madre.

Tenemos una ministra de Igualdad que le dice a una compañera, expulsada de su grupo parlamentario durante la baja por maternidad, que “la política no para mientras estamos de permiso”. ¿No es precioso?

Imagínate ahora que eso, en lugar de nuestra ministra cuqui -icono del feminismo bien- se lo llega a decir un señor blanco, un poquito heterosexual y un poquito de derechas -tampoco hace falta que sea de Vox, ni del PP. Solo un poquito, como de Ciudadanos o así-.

Imagínate el chocho que nos habrían montado con eso, si con los anuncios de Navidad, por utilizar el rosa, diminutivos o el masculino genérico -o sea, el correcto-, han sido capaces de llenar 189 farragosísimas páginas plagaditas de lugares comunes, heteropatriarcado opresor y esquizodrama de género.

Tenemos un portavoz del Ministerio de Sanidad que desde el inicio de la pandemia no ha dado una. Que si solo serían un par de casos, que si no era necesario suspender celebraciones multitudinarias, que si la mascarilla no sirve para nada, que si ahora sí que sirve, que si se descarta segunda ola, que si…

Acabo antes si enumero los aciertos, creo. Hasta tal punto llegan los desatinos que es ya una especie de oráculo inverso nacional, un pulpo Paul averiado. Hasta tal punto, digo, que cuando dijo que la segunda ola no tendría tanto impacto ya todos interpretamos que nos volverían a confinar y fuimos haciéndonos a la idea de invertir en papel higiénico.

Y tenemos un vicepresidente -segundo- con algo parecido a un delirio persecutorio, que cree que todo, absolutamente todo, ocurre para perjudicarle a él. Una especie de Kurtz agonizante que en lugar de “el horror, el horror” musita “la ultraderecha, la ultraderecha”.

Y un presidente que está como ausente -nos gusta cuando calla- y ha dejado a las autonomías la gestión y aplicación del estado de alarma, y luego ha hecho chas y aparece en otro lado. Y ahí os apañeis, majos.

Y una ministra de Educación que propone que se puedan obtener los títulos de bachillerato y de ESO sin límite de suspensos -algo así como si nos los dieran al sacar el primer dni en la comisaría de nuestro barrio-. Y Ábalos. También tenemos a Ábalos.

Dijo aquel que la comedia era drama más tiempo. A nosotros solo nos falta que pase el tiempo. El drama lo tenemos todavía encima -y lo que nos queda- para, parafraseando al gran Gila, poder decir aquello de “me habéis dejao sin hijo, pero lo que me he reído”.