Escribe @PabloIglesias: “Esta serie (Press) promete. Gracias @filmin por la recomendación”.

Responde @Martagg: “Me han recomendado The virtues, también en filmin”.

Corrobora @PabloIglesias: “Es brutal”.

Interviene @Elba_Celo: “Estoy con esa y con Hipocrates una maravilla francesa que muestra la realidad de la sanidad pública”.

Confirma @PabloIglesias: “La acabamos anteanoche. Muy buena”.

Al vicepresidente segundo y ministro de Derechos Sociales y Agenda 2030 le gustan las series. Además, le gusta contarle a todo el mundo que su trabajo y sus obligaciones familiares le dejan tiempo para verlas todas. Y añade, implícitamente, que puede permitirse varias plataformas: da igual donde te escondas, serie recóndita, Filmin, HBO, Amazon, Netflix… Pablo te encontrará, verá tus siete temporadas, y luego dará su parecer a quienes, por tiempo o por sueldo, no tienen acceso a tan suculenta parrilla de entretenimiento. Quizá Pablo nos esté invitando a tomar ejemplo; quizá deberíamos tratar de ser como él y buscar un trabajo menos exigente que nos deje tiempo para nuestros hobbies.

La cuenta de Twitter de Pablo ya rivaliza con Imdb o Fotogramas: es un catálogo de crítica televisiva de lo más completo, y encima de vez en cuando aparece algo de publicidad institucional: que si día de erradicar la pobreza, que el Ministerio de Igualdad dice no sé qué… Lo dicho: es muy completa. Eso sí, no esperen neutralidad: la cuenta de Pablo tiene una línea editorial muy marcada, y sus silencios son tan expresivos como sus palabras.

Pablo no ha encontrado tiempo para incluir Patria en el maratón seriófilo que es su vida. Una pena. No ironizo cuando digo que debería verla por responsabilidad institucional: un vicepresidente del Gobierno -y menos considerándose gramsciano- no puede eludir un fenómeno televisivo tan esperado que, además, aspira a narrativa canónica de los años de plomo. Pero puede que el vicepresidente no exista, y sólo exista Pablo Iglesias.

He ahí un síntoma preocupante de nuestra democracia: las instituciones no existen, son los Pablos. El riesgo acuciante no es la judicialización, sino la personalización de la política, es decir, que la institución sea indistinguible de la persona que la administra.

El vicepresidente del Gobierno no ha comentado Patria, tampoco felicitó a Rafa Nadal por su victoria en Roland Garros, ni se ha pronunciado sobre el asesinato del profesor francés que tuvo la osadía de defender la libertad de expresión. En cambio, Pablo sí se pronunció respecto a la reciente imputación de un diputado por agredir a un agente de Policía Nacional. Se pronunció, claro, a favor del agresor. Y lo hizo con un cita de The Wire.

No es que carezca de sentido de Estado, es que el modus operandi del populista es así: l'État, c'est moi. El desprecio a la democracia representativa se percibe clara y concisamente en esos comentarios públicos, aparentemente banales, donde Pablo comenta una serie o un partido de la NBA, sin importarle qué imagen pueda transmitir como vicepresidente de un país arrasado por una pandemia y en vísperas de una crisis económica sin precedentes.

Hemos superado la fórmula que Carol Hanisch popularizó en 1969: "Lo personal es político". Ya ni siquiera hay política: lo personal es lo único.