El pesimismo respecto de la naturaleza humana goza de un prestigio labrado con esmero. Un último motivo para repensar la maldad primigenia e inevitable lo ha dado un estudio de la Unidad de Psicología Preventiva de la Universidad Complutense de Madrid. Su informe Menores y violencia de género (10.465 chicos entrevistados en más de 300 institutos del país) abunda en la transgeneración del dolor, esa sonrisa macabra que marca a fuego el destino de las familias.

Ser testigo de violencia en el hogar triplica el riesgo de que las hijas e hijos de maltratadores se conviertan en víctimas y verdugos en la edad adulta, es decir, muchos años después de que la vida provisoria haya podido tender su nebulosa sobre los recuerdos aciagos de la infancia. Tan demoledor resultado conecta con investigaciones similares relativas a una mayor prevalencia de las conductas adictivas y delincuenciales en hijos de padres criminales o con problemas de alcohol, juego y drogas.

A la sabiduría popular, habitualmente despiadada y deslenguada en la constatación de verdades hirientes le debemos la expresión “de tal palo tal astilla”, una condena moral incontestable, persistente y hereditaria como la cola de cerdo de los Buendía o las enfermedades congénitas. El asunto es peliagudo porque abarca la materia y el espíritu, la carne y la conducta, los trastornos físicos y los psíquicos, la genética y el ambiente.

Reparamos en estas conexiones cuando se expresan en las páginas de sucesos o de ciencia porque es normal rendirse ante el brillo de lo espectacular y lo enorme. Pero resulta más desasosegante que este mecano del porvenir se manifieste incesantemente en lo sutil y pequeño, por más que lo sutil y pequeño o no trasciende el ámbito doméstico, o emerge en la consulta del psiquiatra… si se dan la necesidad, la valentía y el dinero suficientes para enfrentar una terapia. Un lujo, por otro lado, no al alcance de los más vulnerables.

¿Pervive entonces en la explosión violenta de hoy la ira y la sangre derramadas, años o décadas atrás, por un padre o un abuelo? ¿Persiste en nuestras fobias, manías, gustos y pasiones la huella indeleble de quienes nos precedieron? ¿Somos en verdad dueños de nuestro talento y de nuestra determinación, y responsables últimos de nuestros traumas, o toda nuestra alma nos viene dada?

Existe la esperanza en el libre albedrío, pero toda esperanza no deja de ser un optimismo cegado de fe en la suerte que alumbren los dados de Dios. A Faulkner, el genio dipsómano, le debemos las más profundas indagaciones al respecto. Pero quizá la respuesta más bella la dejó escrita Fitzgerald en el portentoso final de El Gran Gatsby, muchísimos años antes de convertirse también en un hombre arrasado por el alcohol. “Y así seguimos bogando, como botes contra la corriente, arrastrados incesantemente hacia el pasado”. ¿Cómo eran quienes te precedieron?