A Pablo Casado le preocupan las okupaciones. Esa "k" me duele a mí más que a vosotros, creedme.

A Pablo Iglesias le urge acabar con la Monarquía. Sospecho que le corre mucha prisa que un presidente sea el jefe del Estado, no vaya a pasar ese tren demasiado tarde y sin parada en Galapagar.

A Pedro Sánchez le desvela el cambio climático, no acabe con nosotros el calentamiento antes que el virus, el impacto de un meteorito o un holocausto zombie.

A Irene Montero le inquieta que las actrices de las series sean demasiado guapas o que una mirada masculina pueda incomodar levemente a alguna moza y la haga llorar.

A Fernando Simón, Mallorca le parece muy bonita por todas partes. Apuesto a que Calleja no le llevó a visitar El Hoyo o Son Banya. Eso sí es deporte de riesgo y no bucear en Port Adriano.

Leyendo estas cosas tengo que asegurarme de estar en este septiembre nuestro, tan pandémico, y no en enero de 2020, cuando todavía éramos felices y cándidos en nuestra vieja normalidad. Me asomo a la ventana y no veo el Delorean. Septiembre fijo. ¿Por qué, entonces, no estamos a lo que estamos? ¿Solo yo veo aquí prioridades?

Las okupaciones, un debate Monarquía vs República, el cambio climático -con su Greta y su todo-, el exceso de belleza en las producciones cinematográficas nacionales o Mallorca, que hermosa eres (que lo es), me parecerían temas maravillosos y de inusitado interés en boca de todos ellos si no estuviésemos en plena segunda ola de una pandemia.

Una a la que hace no tanto, dos mesecitos escasos, el propio Sánchez, tan dado a la épica, daba por vencida, animando a la ciudadanía a no tener miedo y salir para reactivar la economía. La misma ciudadanía a la que ahora culpa de los contagios. Por su relajación. Por salir sin miedo a reactivar la economía. Chupaos esa. ¿Pensábais que no nos podía sorprender, que ya lo habíamos visto todo? Ingenuos.

Nos dijeron que de esto saldríamos más fuertes. Nos convencieron de que aplaudiendo en los balcones y compartiendo coreografías ridículas en redes sociales venceríamos al virus, que lavarnos las manos entre serie y serie de Netflix era heróico. Nos cambiaron las fotos de muertos y enfermos por las de policías llevando bolsas de compra a viejecitas adorables y bomberos felicitando cumpleaños a niños monísimos.

Convirtieron las decenas de miles de muertos en un simple número negro sobre el blanco de nuestras pantallas. Y ahora, después de convencernos de que una crisis sanitaria era como unas vacaciones en Formentera, pretenden persuadirnos de que esta segunda ola no es producto de la desastrosa gestión del gobierno y la negligencia de nuestros dirigentes.

La primera vez fue porque no se podía saber. Y la segunda es culpa nuestra. Que nos gustan demasiado los bares.