Sidney Lumet contaba que Marlon Brando, con quien trabajó en Piel de serpiente, solía poner a prueba a los directores. Brando interpretaba una escena dos veces; en la primera toma se dejaba el alma, trabajando desde dentro, como buen pupilo de Strasberg, mientras que en la segunda soltaba el texto con una afectación fingida, sin implicación emocional. Y, claro: si el director no notaba la diferencia, Brando se relajaba el resto del rodaje.

No descarto que nuestra clase política haya estado practicando un juego similar con la ciudadanía durante los últimos meses; si algo ha demostrado la gestión de la pandemia es que hay dos cosas eternas: el universo y la paciencia de los españoles. ¿Qué más tiene que suceder para que nos revolvamos contra lo que, según todos los indicadores, ha sido una gestión desastrosa? El gran hallazgo de nuestros políticos ha sido descubrir la inmunidad de grupo frente a su incompetencia.

Sin embargo, sospecho que el de los españoles no es un problema de indolencia, sino de desorientación. No sabemos, ni nosotros ni las autoridades competentes, a qué se debe el lamentable balance de nuestro país en todas las dimensiones de esta crisis. Desconocemos las causas, y se nos escapan los responsables. El Gobierno niega cualquier responsabilidad y señala a las comunidades autónomas. Estas, por su parte, arremeten contra la falta de liderazgo del Ejecutivo y los bandazos que viene dando desde el comienzo de la crisis. Y el ciudadano comienza a ver que se confirma el peor de los pronósticos: ambos tienen razón.

Cuando nadie sabe con certeza si el culpable de nuestro fracaso es el Gobierno central o las Comunidades Autónomas es porque la culpa es del sistema en su conjunto; no fallan las instituciones, sino el diseño institucional. Por ello no se debe interpretar esta confusión como un vacío, sino como un diagnóstico de la enfermedad que, como país, llevamos décadas padeciendo.

A pesar de su imponencia, conviene hacer el esfuerzo de no leer la pandemia como un acontecimiento aislado, sino como un eslabón más en la cadena del fracaso, como un síntoma de una metástasis administrativa que en una década ha visto aflorar ignominiosos casos de corrupción, llámense Gürtel o ERE, el saqueo de la Cajas de Ahorros, dos referéndums ilegales y un intento de secesión unilateral, por citar a vuelapluma.

Como saben, estos casos tienen dos cosas en común: son gajes del estado autonómico, y fueron obstruidos por el Poder Judicial. ¿Por qué creen que algunos tienen tanto interés en controlarlo?