En las ciudades del norte, a lomos del verano, sucede con frecuencia. "¡Abre la ventana a ver si refresca un poco!". Y uno procede, todavía ajeno a que el inquilino de la habitación de enfrente ha hecho lo propio. Entonces, ¡¡¡pam!!!. Un portazo doloroso. Desagradable. Ametrallador de siestas. "¡Cuidado! ¡La corriente!".

Si la vivienda es familiar, estilo país, con sus férreos amores y sus aceradas disputas, conviene dejar de ventilar... o hacerlo con la puerta cerrada. La disyuntiva, para qué calificarla de otra manera, es jodida. Con la primera opción dejamos de escuchar lo que ocurre más allá del hogar. Con la segunda, oímos el latido de los nuestros, pero silenciamos el del extranjero.

Andaba yo enfrascado en la búsqueda de una solución -¡qué peligroso es el verano!- cuando me topé con el profesor Alberto N. García, que me remitió a un tal Overton, al que en principio supuse dependiente de Leroy Merlin o guionista de Bricomanía. 

Con algo de cafeína y un rato de escucha, comprobé que, efectivamente, en aquel tal Joseph Paul Overton (1960-2003) se escondía la piedra filosofal de los portazos. Ésos que resuenan -cada vez con más fuerza e intransigencia- en parlamentos, institutos, universidades, tertulias y redes sociales.

Este experto en políticas públicas discurrió que toda sociedad puede dibujarse a modo de ventana. El marco, rígido y cuadradote, delimita las opiniones que pueden expresarse... y las que no. Todo lo que no cabe en la ventana es linchado, pisoteado y desterrado. Ideas enviadas al exilio.

La ventana, según Overton, es moldeable. Ikea siempre gana. El paso del tiempo puede ensancharla o estrecharla, siendo esto último una de las catástrofes más perniciosas que amenazan al hombre contemporáneo. En la última década, el marco español va camino de convertirse en embudo.

Sucede igual que con los portazos en esos veranos del norte. Uno no se entiende con el de enfrente y, con tal de evitar tan abrupto cierre, prefiere dejar de ventilar. Mientras, la ventana, como por arte de magia, empieza a perder su tamaño.

Resulta muy autóctono, casi tanto como el marmitako o el jamón de Guijuelo, concluir: "¡Eso es culpa de los políticos, que son unos malnacidos y disfrutan sembrando la discordia!". Pero Overton y sus discípulos, tipos inteligentísimos, se adelantaron a desmentirlo: el político valida... lo que antes dictan los movimientos sociales. Así que la defensa de la libertad, por grandilocuente y pedante que suene, depende de todo el que abre y cierra su ventana.

Qué bien hizo Overton al defenestrar el eje izquierda-derecha para sustituirlo por el libre-menos libre. Hagan la prueba. Es escalofriante apuntar en un papel todos esos temas que granjean a sus contendientes una lapidación pública: los toros, la homosexualidad, el aborto, la transexualidad, el feminismo, el machismo, la prostitución, la gestación subrogada, la caza.

Curiosamente -¡desafortunadamente!- los temas que no caben en la ventana patria son los que más pedagogía requieren. Los que más nos acomplejan. Aquellos que enraizan directamente con nuestros miedos. "¡Pero qué estás diciendo, cierra la ventana, fascista!", "¡eso, eso, cierra, no quiero oír la voz de ese puñetero comunista!".