La humanidad es una y su espectáculo es total: lo mejor y lo peor lo ofrece simultáneamente. El entrelazamiento de la tragedia y la comedia es perpetuo. La antropología nunca cierra. 

La muerte del helenista Francisco Rodríguez Adrados nos ha recordado la grandeza –la posibilidad de la grandeza– en una semana atravesada, como todas, por la pequeñez. 

Así los aplausos a Pedro Sánchez de los hombres y mujeres de Pedro Sánchez (entre los que destacaba Manuel Castells, desgañitándose con las manos). Así la escena de teatro del absurdo en que Teodoro García Egea, a la pregunta sobre las corrupciones de un senador de su partido, respondía con las corrupciones de Pablo Iglesias (rindiéndole un gran servicio a Pablo Iglesias). Así los independentistas, cada vez más ahondados en su sótano; a sus pequeñeces habituales, han añadido la miseria con que han despedido a otro grande, porque los refutaba: Juan Marsé. Así nuestros promotores de escraches, que solo se han dado cuenta del fascismo de los escraches cuando los han empezado a sufrir, y aun así siguen hablando de escraches buenos y malos...

Hace años pasé días felices caminando por la playa con las conferencias de Adrados en los auriculares, con el azul delante del mismo Mediterráneo de su Grecia. Ahora me he puesto, como homenaje ya póstumo, la de Tucídides.

Es sensacional. Adrados arrastra carraspeos, toses, titubeos, tics (“eh eh”), alguna risita, alguna autoironía... junto con su formidable erudición, que se despliega en haces. Todo avanza junto también, con un didactismo raro, más bien abrupto, pero que va imponiendo sus materiales con una viveza asombrosa. Una vez que te metes, estás allí: en Grecia, con Tucídides.

Carlos García Gual, en su bella necrológica, ha hablado del “abigarrado mundo helénico”. Y esa es la Grecia viva, nada “neoclásica”, que transmite Adrados (y transmite el propio Gual y transmitió Nietzsche).

Adrados recuerda en su conferencia que Tucídides decía de su Historia de la guerra del Peloponeso que era “una adquisición para siempre”. Porque había analizado sucesos humanos que, por ser humanos, respondían a las leyes de la naturaleza humana y no dejarían de estar vigentes nunca.

La desastrosa guerra del Peloponeso –en la que participó por cierto la peste, que mató a Pericles y asoló Atenas– fue el gran trauma histórico del mundo griego, y Tucídides se obsesionó en analizarlo para que no se repitiera. Analizó entre otras cosas, dice Adrados, el carácter destructor de los extremismos, que terminan arrastrando al conjunto de la población.

Una adquisición para siempre. Tan para siempre que no han dejado de repetirse las guerras del Peloponeso, con la insaciable insistencia de la pequeñez humana. Del lado de la grandeza quedan los Tucídides y los Adrados.