Hay una extraña euforia. Recuerdo que la hubo también el verano anterior a la otra crisis. Un énfasis en el disfrute de lo de todos los veranos, como si fuesen a terminarse. En este el énfasis está acentuado incluso, sin duda como venganza por el confinamiento vivido. Y puede que por el que viene: la conciencia de que habrá uno nuevo es simultánea a la euforia, la incentiva.

Es cierto que en la calle no están quienes podrían entristecerla: estos permanecen asustados en sus casas; o salen a deshoras, o solo para trabajar (se encierran en sus trabajos). Hay una división anímica. En la calle abundan las mascarillas, que son un recordatorio: pero su efecto es menos amenazante que carnavalesco.

Yo me fijo en cómo Eros se desborda de la zona vedada, imantando los contornos. El borrón de la cara enciende los ojos, que brillan como nunca. Este es el verano de los ojazos: son enormes, expresivos, tienen la urgencia de decir lo que el gesto no puede. Y por debajo (hablo de mujeres) los escotes, cuyo estallido –al menos en el sur– es apabullante. La onda expansiva alcanza a los ombligos (muchos con piercing) y los muslos, con esos pantaloncitos cortos que se han puesto de moda (¡fabulosos en el trasero!).

Pero se olisquea a la vez la desesperación. Todo carpe diem sabe que después viene la noche. Esta se interna, de hecho, en el placer: por eso es desesperado. En el ciclo católico –heredero del pagano–, al carnaval le sucede la cuaresma.

Aunque no faltan avisos: caída del comercio, vacíos en las terrazas de los bares del centro (no tanto en las de barrio). Ni faltan tensiones. El otro día en Málaga un adolescente empujó a un anciano que le regañaba por no llevar mascarilla. Le rompió la pelvis. Fue el encontronazo de dos mundos: el del anciano aprensivo y el del adolescente bravucón. Este aún ignora que lo que se avecina va a cebarse todavía más con él (quizá el anciano también temía eso).

‘Lo que se avecina’. Como en el poema de Cavafis (en la traducción de Bádenas de la Peña): “Los hombres conocen el presente. / El futuro lo conocen los dioses, / únicos dueños absolutos de todas las luces. / Pero del futuro, los sabios captan / lo que se avecina. En ocasiones // su oído, en las horas de honda reflexión, / se sobresalta. El secreto rumor / les llega de hechos que se acercan. / Y a él atienden reverentes. Mientras en la calle, / fuera, el vulgo nada oye”.

Puede que la devastación particular de este virus tenga que ver con que ya no hay sabios en los gobiernos. En casi ninguno del mundo y sobre todo en el de España. Nuestros gobernantes no reflexionaron ni sus oídos se sobresaltaron. Son puro vulgo en el poder: nada oyeron.

Me entero ahora de la muerte de Juan Marsé. El título de esta columna se inspiraba en los versos de Gil de Biedma que lo mencionan: “Fue un verano feliz. / ...‘El último verano / de nuestra juventud’, dijiste a Juan”. En él seguiremos, esperando el invierno. Que este año puede venir adelantado.