Abrigado y consentido por su “sentimiento” diferencial, al nazionalseparatista todo le está permitido. Cuando el correctismo político es tan (re)celoso con cualquier gesto o tic que pueda herir las múltiples “sensibilidades” que hoy se multiplican en todos los ámbitos, ante el nazionalseparatismo el correctismo calla genuflexo, y concede. Hay que tener en cuenta que la suya, la de los “pueblos elegidos” regionales, según su propia concepción, es una lucha secular, incluso milenaria, contra el opresor español, de tal manera que, tanto ejército, como policía nacional como, por supuesto, la guardia civil, son las “fuerzas de ocupación”.

Y el caso es que ante este discurso completamente ofensivo y hostil para nuestra comunidad política llamada España -un discurso (un “relato” que diría el cursi) que además iba acompañado con el tiro en la nuca-, la respuesta ha sido, desde las instituciones, permanecer siempre a la defensiva (cuando no en abierta complicidad), siempre entendiendo que una réplica ante estos abusos de, por lo menos, igual fuerza, sería “convertirse en uno de ellos”. Así que “manos blancas”.

De este modo el nazionalseparatismo, en tanto que tal, se queda -se ha quedado- sin respuesta en lo doctrinal y, por lo tanto, también en lo práctico (logístico y administrativo). Las eticistas y humanitaristas “manos blancas” han significado, en este sentido, transigencia, condescendencia, aquiescencia sin más; en definitiva, impotencia.

El resultado es que hoy tenemos a los “derrotados” etarras en las instituciones municipales, autonómicas y centrales apuntando con el dedo a quien se debe, literalmente, exterminar; esto es, a quién hay que sacar fuera de “término”, en este caso, del término de lo que el nazionalseparatismo vasco llama Euskalherría (tierra de la lengua euskérica).

Otegi entiende que hay que “desalojar”, que es modo eufemístico de decir “exterminar”, a la guardia civil siendo, según él, la base del voto de Vox en las últimas elecciones regionales. Y es que es tradicional al nazionalseparatismo, es más, es su propia esencia como movimiento ideológico, otorgar carta de naturaleza nacional, y por tanto de ciudadano de pleno derecho del estado (virtual) que tratan de fundar, a aquellos que tienen “conciencia nacional”, es decir, a aquellos que estén alineados con la Causa (el resto son untermensch). El maketo debe ser exterminado, el meteco, el “extranjero” (en su propio país) debe ser sacado fuera de término (si no por la vía geográfica, con la expulsión de “Euskalherria”, sí por la vía criminal del “tiro en la nuca”). Eduardo Pondal, padre de la patria galleguista (autor del poema que después se convirtió en himno gallego), afirmaba, expresis verbis, que aquel gallego que se siente más español que gallego debe ser segado de Galicia como la mala hierba. Para Brañas, para Castelao (por poner dos ejemplos de nacionalistas gallegos alejados el uno del otro en lo ideológico, por lo menos en referencia a la “cuestión social”), sólo es gallego el galleguista. No hay “galleguidad” sin compromiso galleguista. El “derecho de autodeterminacion” sólo asiste, al parecer, al que busca, con el ejercicio de ese “derecho” la separación, que es el resultado evidente del “hecho diferencial” (una nación, un estado); el que no busca el ejercicio de ese “derecho” debe, sin más, ser “desalojado” porque es un obstáculo para el ejercicio de ese “derecho”. En definitiva, en flagrante petición de principio, sólo es vasco el que tiene “conciencia” nacionalista, el resto es un estorbo. Fuera con ellos.

Y el caso es que, como ya contó Iñaki Ezquerra, con total elocuencia, en su libro Exiliados en democracia (ediciones B, 2009), el “desalojo” no es algo por hacer, ni, por supuesto, una boutade de Otegi; es una realidad que cristalizó en doscientas mil personas que se vieron obligadas a salir del País Vasco por la asfixia exterminadora del nazionalseparatismo durante el periodo, tan exitoso para muchos, de la democracia setentayochista. Una realidad, la del “exilio vasco” que, naturalmente, el nacionalismo vasco (y sus cómplices) han negado, o le han restado importancia, minimizando sus consecuencias arguyendo, entre otras cosas, que doscientas mil personas no son mucha gente (“no es una cifra representativa”, literalmente). Ezquerra recuerda, en este sentido, en dicho libro, el siguiente “inquietante” dato relativo a la Alemania nazi: “sólo 37.000 judíos habían abandonado Alemania en 1934 a pesar de que, en 1933, y nada más tomar el poder, Hitler ya promulgó la Ley del Restablecimiento del Servicio Civil, que supuso la expulsión del colectivo semita de todos los cargos públicos del sistema sanitario y judicial, del gobierno y de la enseñanza…”.

Sea como fuere, esa labor de exterminio para Otegi no ha sido suficiente, al parecer, tras las últimas elecciones, ya que para que “nación” y “estado” se terminen ajustado, cual Procusto, hay que desalojar aún a unos cuantos más que han votado desde una conciencia maqueta, no vasca, “españolista”. Que han votado “mal”, vaya.

En definitiva, hay un señor del País Vasco -que cuenta además con el respaldo de una facción política que ha recibido el (renovado) apoyo electoral de unos doscientos mil individuos- que dice que hay españoles que no tienen derecho a vivir en la parte de España en la que están viviendo, y que hay que expulsarlos por razones ideológicas (por su “españolismo”) y prácticas (han votado a Vox).

Pues bien, ¿han ustedes oído a alguna autoridad, no ya denunciar a ese señor, sino contrariarle en algún sentido?, ¿alguna autoridad del gobierno, de la judicatura, en general, del Estado? Yo tampoco. Y el exterminio continúa sin respuesta.