Lo de España es desesperante. Las noticias que ha venido publicando EL ESPAÑOL sobre la corrupción del rey emérito Juan Carlos (técnicamente presunta) confirma el bajísimo nivel de las élites españolas, empezando por su cúspide. Es desesperante y desmoralizador.

Esa “estructura” para eludir al fisco, encargada desde Zarzuela, le da al palacio un ineludible aire de patio de Monipodio. No hay nobleza: hay plebeyez. Nos hemos resignado ya a mantenernos en la deprimente tradición española, de la que pensábamos haber escapado. Nuestro director ha recordado en su Carta de este domingo la chufla de los hermanos Bécquer Los Borbones en pelota. Podríamos recordar también La corte de los milagros de Valle-Inclán. Sí, puro esperpento.

El rey Felipe VI ha roto con su padre y, hasta el momento, su conducta parece ejemplar. Pero ya hemos visto que el artículo 56.3 de la Constitución es un agujero. El que la persona del Rey sea inviolable y no esté sujeta a responsabilidad solo tiene sentido en cuanto a sus actuaciones institucionales. Su extensión a la vida privada del monarca se fundaba en el pacto implícito de que este debía observar una conducta impecable. Ese pacto lo ha roto Juan Carlos I con su conducta nada impecable. Era algo de lo que nos avisaba el pesimismo antropológico; pero, en fin, se fue optimista.

Ahora los monárquicos, los juancarlistas, hacen malabarismos imposibles para preservar al rey que los ha dejado con el culo al aire. No solo a los monárquicos: también a los republicanos que aceptábamos la monarquía porque lo prioritario nos parecía la democracia y el Estado de derecho, que con nuestra monarquía se cumplen sin problema.

Este sería una buen momento para plantearse seriamente la república... si no fuera, en realidad, el peor momento. Una de las paradojas españolas (también desesperante) es que el republicanismo político está hoy más en quienes apoyan la monarquía que en nuestros autodenominados republicanos, que (por su recalcitrancia, su obcecación ideológica y sus aspiraciones totalitarias) vienen a ser una especie de “monárquicos” de la república.

La ganancia de que el jefe del Estado fuese elegido democráticamente en vez de designado por herencia no creo que compensase ahora, la verdad. Los problemas de España no dependen de eso. Además, existe el riesgo de que empeorasen. Al fin y al cabo, en la república mandarían los mismos españoles que mandan en la monarquía (con la única exclusión de los Borbones). Y ya sabemos cómo se comportan los españoles que mandan.