La pandemia que ha atacado al mundo lo ha hecho del mismo modo en todas partes. Pero las consecuencias se están manifestando muy diferentes en un lugares y en otros. El virus es el mismo, el SARS-CoV-2; la enfermedad es la misma, la Covid-19. Pero los gobiernos de los países, en función de su propio criterio, han actuado de distinto modo, con resultados particularmente heterogéneos.

Ahora que en numerosos puntos de Europa estamos siendo capaces reducir la tragedia, procede felicitar a unos y condenar a otros. Porque algunos gobiernos han gestionado lo mejor posible esta enorme crisis y han obtenido resultados notables; otros, por ignorancia o por arrogancia, han desarrollado una labor como mínimo desafortunada ante este tsunami sanitario.

Las implicaciones de esta crisis sanitaria han afectado de forma muy distinta a Suecia, ese país que idealizado y admirado en el mundo, y a otros países de su entorno, como Noruega, Dinamarca o Finlandia. Los suecos optaron por un atrevidísimo modelo anti-Covid basado en la ausencia de confinamiento y en una supuesta confianza en la responsabilidad de los ciudadanos.

El resultado no puede ser más dramático: 4.468 muertos, cuatro veces más que los otros tres países mencionados juntos. La media de fallecidos de estos países nórdicos que sí confinaron a su población es de solo 379.

Por ello, el Gobierno sueco va a crear una comisión para investigar la gestión de la crisis. El primer ministro Stefan Löfven debe afrontar ahora los riesgos que decidió escoger cuando el virus alcanzó a su país y optó por hacer algo distinto de lo que se hacía en el resto del mundo.

En nuestro país deberíamos hacer lo mismo: investigar. En el debate sobre la sexta prórroga del Estado de Alarma Edmundo Bal, de Ciudadanos, afirmó que es “el momento de reconocer los errores”. Pero este Ejecutivo no brilla, precisamente, por su capacidad de autocrítica. De hecho, en España, lamentablemente, ningún político destaca por esa razón.

El portavoz adjunto de la formación de Arrimadas insiste en calificar de “negligente” la política del Gobierno al respecto de la pandemia. Uno, en el desarrollo de su labor política, puede equivocarse e incluso rozar la negligencia, pero cuando el resultado implica miles de muertes, entonces se trata de algo muy serio que exige una investigación.

Y uno de los problemas es que no sabemos cuántas. El INE apunta la cifra de 48.000 muertes, si bien las oficiales apenas superan las 27.000. Como señaló el diputado de UPN Carlos García Adanero en sede parlamentaria, “¡si es que no sabemos cuántos muertos ha habido en España…!”. Resulta difícil de entender: ¿Cómo es posible que, seis prórrogas del Estado de Alarma después, no sepamos siquiera cuántas personas ha matado la Covid en España?

Aunque hay otra cuestión mucho más importante, y también más dolorosa pero igual de imprescindible, que formuló García Adanero en el Congreso: “¿Cuántas personas seguirían con nosotros si nos hubiéramos confinado 15 días antes?”.

Eso, lógicamente, nadie lo sabe. Pero, a juzgar por los resultados que ha demostrado el confinamiento, probablemente serían muchas. Si no hubiera habido manifestaciones, partidos de fútbol, misa, mítines… posiblemente lamentaríamos unas cifras, oficiales y reales, muy inferiores a las que ahora tenemos.

Ya dijo Irene Montero en el vídeo robado, con ese lenguaje tan pobre e impropio de una ministra, que intuía que era por la Covid por lo que no había ido tanta gente -menos mal- a la concentración del 8-M en Madrid. Ojalá que no hubiera ido nadie. ¡Viva el 8 de marzo!, sí, como entonó Sánchez en el Congreso, pero no el de este año, que debió suspenderse, como todos los demás eventos públicos.

El ministro de Interior, el de las cuatro versiones sobre por qué cesó a Pérez de los Cobos, por supuesto acudió a esa manifestación. También estuvo en el Congreso, casi tres meses después, defendiendo sus diferentes explicaciones sobre los cambios -para muchos, la purga-, en la Guardia Civil. Nervioso y un tanto agresivo, los argumentos de Grande-Marlaska no convencieron demasiado. Pero en un país en el que nadie tiene nunca la culpa de nada, donde nadie en política dimite por ninguna causa, el ministro puede aguantar el chaparrón tranquilo. A fin de cuentas, no estamos en un país nórdico.